Bajo la sombra de Beethoven
Crítica del concierto del Trío Ludwig.
Teatro Jovellanos, 18 de abril de 2018

Por Ramón Avello
Por Ramón Avello
Por Ramón Avello
Por Mar Norlander
“Zíngaros” es la última propuesta del grupo de cámara “Quantum Ensemble”, formado por David Ballesteros (violín), Cristo Barrios (clarinete) y Gustavo Díaz-Jerez (piano), contando con la colaboración especial de Cecilia Bércovich (viola) y Ángel Luis Quintana (violonchelo). Desde Tenerife llegaron al Teatro Jovellanos por cortesía de la Sociedad Filarmónica de Gijón para ofrecer un concierto de alto nivel, cuyo hilo conductor fue la música de raíces étnicas y de inspiración en el folklore zíngaro.
Abrieron con un arreglo para trío de la Rapsodia Húngara nº 9 de Franz Liszt, en una notable interpretación cargada de gran expresividad y con bastante fidelidad a los espontáneos cambios de ritmo. Liszt, un fascinante personaje adelantado a su época y uno de los más grandes revolucionarios de la música clásica, compuso un total de diecinueve rapsodias para piano basadas en la música folklórica húngara. La interpretada por Quantum Ensemble es una de las más largas y espectaculares, con rubatos muy contrastantes y un continuo diálogo entre piano y violín apoyados en el chelo que marcaba el tempo entre arco y pizzicatos. El difícil y elaborado final de la obra, principalmente debido al gran virtuosismo que requiere, fue interpretado notablemente por los tres músicos, destacando la ejecución del pianista. Primera ovación de tres cuartos de butaca con un público renovado y muy rejuvenecido gracias a la notable presencia de alumnos y alumnas que cursan la asignatura de música en el Instituto Nº 1 de Gijón, cuyo comportamiento fue ejemplar.
Era el turno de Bèla Bartók y su obra “Contrastes para violín, clarinete y piano”. Bartok supo conjugar como nadie la música contemporánea con la tradición húngara, siendo capaz de traspasar la jerarquía de las tonalidades arraigadas durante siglos y ofrecer nuevos sistemas de concepción musical. La genialidad del compositor se refleja en los tres movimientos que forman esta obra tan interesante, compuesta por encargo del clarinetista de jazz Benny Goodman. Una obra de gran complejidad armónica y de muy difícil ejecución rítmica, que fue sorteada con maestría por el trío de piano, violín y clarinete. A destacar la interpretación de la danza rápida “Sebes” (último movimiento), cuya particella de clarinete requiere un altísimo nivel de interpretación y Cristo Barrios estuvo a la altura de la obra.
Tras la pausa llegó el broche final con Brahms y su “Cuarteto para piano nº 1 en Sol menor”. Parte del público, más afín a la tonalidad decimonónica, manifestaba su satisfacción por la sonoridad relajándose en sus butacas para disfrutar de una composición de gran belleza y arquitectura formal alejada de las raíces folklóricas, cuyo cuarto y último movimiento “Rondo alla Zingarese”, era la disculpa perfecta para incluir la obra en este programa dedicado a la música zíngara. Para la interpretación hizo su aparición en el escenario la viola de Cecilia Bércovich y el diálogo entre los cuatro instrumentos alcanzó momentos de gran intensidad y concordancia. Una magnífica interpretación que levantó sonoros y reiterados aplausos. En agradecimiento los cinco músicos volvieron a salir al escenario para ofrecer una propina: un magnífico arreglo de Cecilia Bérkovich sobre la “Danza húngara Nº 7” de Brahms. Sin duda, un gran concierto lleno de contrastes entre lo exótico y lo clásico, que viene a reforzar la labor de la Sociedad Filarmónica de Gijón en su empeño por traer a la ciudad de Gijón la música de cámara del más alto nivel.
Por Eduardo Viñuela
Crítica del concierto de la Sociedad Filarmónica de Gijón.
La música de cuarteto aparece generalmente en las historias de la música como obra menor, como terreno de prueba para proyectos de mayor envergadura, pero muchas veces estas composiciones contienen detalles y matices difíciles de apreciar en el grueso de una orquesta y exigen a cada miembro del cuarteto el máximo nivel para que el discurso musical no decaiga. No obstante más allá de la calidad individual, es la compenetración y la complicidad lo que distingue a un cuarteto, y estas cualidades son definitorias del “Cuarteto Brentano”. Este conjunto lleva un cuarto de siglo en activo, y su carrera está llena de galardones internacionales que premian la consecución de un sonido elegante y la capacidad para dar vida a obras de diferentes periodos.
El miércoles llegaron a la ciudad y conquistaron el Jovellanos en un nuevo concierto de la Sociedad Filarmónica de Gijón. El recital fue de menos a más y el público fue respondiendo a esta dinámica, subiendo la intensidad de las ovaciones hasta llegar a los “bravos” que cerraron el concierto. Empezaron muy puntuales, con algunos espectadores aún acomodándose, interpretando el “Cuarteto en Si menor Op. 63, nº 3” de Haydn, una obra de madurez y de estructura clásica en la que el cuarteto dio las primeras muestras de calidad: buena articulación del fraseo, definición de las melodías y control del tempo, especialmente en el Adagio, que discurre pausado y con notas tenidas, alternando el protagonismo de instrumentos hasta finalizar casi dormido. Fue una buena elección para abrir el concierto.
La intensidad subió con Shostakóvich y su “Cuarteto nº 12 en Re bemol mayor”; la entrada solista del chelo y la progresiva incorporación del resto de instrumentos nos trasladó rápidamente a una atmósfera inquietante, dominada por las disonancias y las tensiones generadas por glisandos y pizzicatti. Una pieza que arranca con un movimiento en moderato en el que las progresiones temáticas alternan carácter y delicadeza en los agudos y que deriva en un segundo movimiento de aire contrastante que resultó hipnótico. Posiblemente, este fue el mejor momento del recital; la compenetración del cuarteto fue perfecta, mantuvieron con diligencia el pulso y la tensión desplegando todo tipo de recursos, que incluyeron acordes rasgados y ataques obstinados del tema, así como variaciones de tempo y de textura bien articuladas. La ovación con la que finalizó la primera parte certificó la conexión con el público.
La segunda parte fue para Beethoven; el “Cuarteto en Do menor” sonó con aire romántico dentro de los esquemas clásicos y con fraseos tendentes a la cadencia, como mandan los cánones. Pero, sin duda, destacó por el ímpetu y la energía que los intérpretes pusieron en su ejecución, algo que quedó patente en la amplia gestualidad de los músicos y su entrega, especialmente en el Prestissimo final. Fue un derroche de energía contagiosa que desató una nueva ovación. Quizás como bálsamo para reconducir la tensión emocional, la propina nos trasladó al primer barroco con el “Lasciatemi morire”, el lamento de la ópera “L´Arianna” de Monteverdi.
Por Ramón Avello
Por Mar Norlander
“La vida Breve”:Rafael Aguirre (guitarra) y Nadège Rochat (violonchelo). Sociedad Filarmónica de Gijón. Teatro Jovellanos, 14 de febrero.
Un repertorio capaz de conjugar lo académico con lo popular, la dificultad con la espectacularidad y la brevedad con la intensidad es, sin duda, la mejor elección para convertir un concierto en éxito. Y no es tarea fácil. Esta era la propuesta del guitarrista Rafael Aguirre y la violonchelista Nadège Rochat, artífices del concierto titulado “La vida Breve”, que se estrena en España por primera vez después de haber sido representado con gran éxito en salas de prestigio internacional, como el Carnegie Hall de Nueva York, Gasteig en Munich o en el Konzerthaus de Viena, entre otros. La Sociedad Filarmónica de Gijón fue la encargada de vestir de gala el teatro Jovellanos en el día de San Valentín y traer esta propuesta, para deleite de un público con ganas de escuchar un repertorio que sentimos muy nuestro.
Para comenzar nada más apropiado que “Asturias”, primer gran éxito del compositor Isaac Albéniz. Una obra que, salvo el título, no hace ninguna referencia a la tradición asturiana. La dificultad que conlleva la interpretación con la guitarra, basada constantemente en el efecto del trémolo y las dinámicas contrastantes, no fueron valoradas como se debían por la falta de volumen en la sala. Quizás, un poco más de amplificación en la guitarra hubiera estado genial.
Los dos juntos interpretaron las siete canciones populares de Manuel de Falla, siete perlas que terminaron con “Polo”, de difícil ejecución y muy bien resuelta. Ya estábamos totalmente sumergidos en el exotismo español y llegó “Oriental” de Granados, una obra exquisita que ha sabido captar la pureza de la danza española, como afirmaba el compositor Massenet elogiando a Granados.
Momento para lucimiento de Nadège Rochat a solas con su violonchelo Stradivarius, una preciosidad de instrumento construido como viola da gamba por Amati y reformado posteriormente por su discípulo Antoni Stradivari, hasta convertirlo en violonchelo. Un instrumento con una gran historia y una gran belleza, tanto estética como sonora. Lo comprobamos con la “Danza finale” de Gaspar Cassadó, una de las favoritas del repertorio de los chelistas y “Requiebros”, otra composición de Cassadó de endiablada dificultad que pone a prueba todos los recursos virtuosísticos del chelo. Nadège la sorteó sin problemas.
La primera parte del concierto finalizó con “La vida Breve”, título del concierto en honor a la danza de Manuel de Falla que fue interpretada con precisión e intensidad, con un final muy complejo e impactante. Después del descanso calentaron con una pieza de Ravel, seguida de la quinta esencia de lo español: “Granada”, de Agustín Lara. Parte del público tuvo que contener las ganas de entonar el estribillo final, desahogándose con algunos “bravos”. Merecidos, sin duda.
Rafael Aguirre interpretó dos obras de Tárrega: la “Gran Jota” con su efecto del tamburo y “Recuerdos de la Alhambra”, caracterizada por la técnica del trémolo, con sus vertiginosos arpegios y un ritmo percusivo con las cuerdas apagadas, simulando redobles de caja . De nuevo volvimos a notar que un poquito más de volumen hubiera sido ideal para captar todos los matices. .
Finalizó el espectáculo con uno de los tangos más conocidos, “Libertango” de Astor Piazzola, una obra muy original construida sobre un obstinato. La ovación fue agradecida con dos bises más: el popular tango “Volver”, que levantó grandes aplausos y una milonga titulada “Olvidar”, que terminó con un glissando en el arco muy pianissimo. Una pieza delicada y de gran belleza, al igual que el resto del concierto. Sin duda, la Sociedad Filarmónica de Gijón está ofreciendo una de sus mejores temporadas y es de agradecer.
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