Crítica del concierto del Cuarteto Brentano.

Teatro Jovellanos, 15 de marzo de 2018

Por Ramón Avello

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.
El apellido Brentano posee inequívocas referencias beethovenianas. La «amada inmortal», la destinataria de las cartas no enviadas a quien Beethoven escribe «Mi ángel, mi todo, mi yo», se cree que era Antonieta Brentano. Dama vienesa a la que el compositor dedicó las «Variaciones Diabelli». Cuando en 1992 cuatro músicos con currículos artísticos excepcionales formados en la Juilliard School de Nueva York decidieron crear un cuarteto, optaron por este nombre,en recuerdo del deseo apasionado y el amor imposible de Beethoven. Ayer, el Cuarteto Brentano, ofreció en el Teatro Jovellanos un excepcional concierto organizado por la Sociedad Filarmónica de Gijón, cuyo programa cuenta con el apoyo del Aula de Cultura de El Comercio, en el que dio su visión y su versión de Haydn, Shostakovich y Beethoven. Los instrumentos que tocan son excepcionales. Los dos violines son stradivarius y la viola, es de Amati. Mañana actuarán en Madrid con los stradivarius del Palacio Real. «Nosotros preferiríamos tocar con los nuestros», nos comentaban.
El Cuarteto Brentano, formado por Mark Steinberg (violín primero), Serena Canin (violín segundo), Misha Amory (viola) y Nina Lee (violonchelo) es un modelo de unidad en la variedad; de combinación de mayor independencia individual, con la visión de conjunto total. Además de su calidad, galardonada en los más importantes concursos del mundo, el Brentano participa en una multitud de proyectos y grabaciones.  Por eso, no ha sido extraño que el director de cine de Yaron Ziberman haya pensado en este grupo para la interpretación de la banda sonora de la película «El último concierto» («A late quartet»).
Haydn y Beethoven
A Haydn se le atribuyen varias paternidades musicales. Una de ellas, el cuarteto de cuerdas, como ese ideal que se resumía en «una conversación entre cuatro personas inteligentes». La versión del «Cuarteto en si menor, Nº64, N.2», fue todo un ejemplo de diálogos. Especialmente dedicado estuvo el adagio en el que el violonchelo va haciendo un bajo de pasacalles mientras los otros instrumentos, en un equilibrio perfecto, ofrecen las melodías. El «Cuarteto N.1º2 en re bemol mayor, Op.133» de Shostakovich se mueve en un terreno estilístico muy original al combinar las series dodecafónicas, por ejemplo en la introducción del violonchelo al inicio del cuarteto, con la tonalidad bien afirmada. Esto da a la obra un carácter muy expresionista, interpretado con tensión y nervio por el cuarteto. Versión muy reconcentrada y de gran riqueza tímbrica, con pasajes que recuerdan unas sonoridades compactas, como si fuesen de una orquesta sinfónica.
En la segunda parte, el Brentano interpretó el «Cuarteto en do menor, Op.18, nº4» de Beethoven. Fue una obra muy popular en época del compositor, pero el músico renegaba de él, le parecía muy convencional. La versión de ayer buscaba relieves, fue muy equilibrada y exquisitamente cantada, con preminencia del primer violín.
Como propina, demostrando gran versatilidad, el famoso lamento de Ariadna: «Lasciate mi morire», un maddrigal a cinco voces de Monteverdi. Excepcional. El público, que aplaudió a rabiar, se fue encantado.

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