Casi una auténtica «schubertiada»

Crítica del concierto del Trío Wandereren el teatro Jovellanos, interpretando los dos tríos de Franz Schubert

Teatro Jovellanos, 20 de marzo de 2019

Por Mar Norlander

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

La Sociedad Filarmónica de Gijón ha contado con uno de los conjuntos de música de cámara más destacados de la actualidad para esta temporada: el “Trío Wanderer”, -”errante” en español-, un nombre que apunta una declaración de intenciones respecto al repertorio que abordan. En esta ocasión se interpretaron los dos tríos de Franz Schubert compuestos entre 1827 y 1828, época marcada por la muerte de Beethoven a quien Schubert profesaba una gran admiración. El “Trío en Si b mayor, Op. 99” y el “Trío en Mi b mayor, Op. 100”, son dos obras de belleza radiante y difícil ejecución por la gran cantidad de matices y expresividad que requieren.  Jean-Marc Phillips-Varjabédian (violín), Raphael Pidoux (violonchelo) y Vincent Coq (piano), demostraron su solvencia en la interpretación de forma magistral. Los tres franceses son un referente mundial y han ganado premios de gran prestigio a lo largo de su dilatada trayectoria, entre ellos han sido nombrados “Caballeros de la Orden de las Artes y Letras” de Francia.

 

El “Trío en Si bemol”  abrió el concierto con una interpretación destacada por la claridad de su discurso y por el conocimiento de la obra del compositor que demostraron los “Wanderer”, sin caer en la tentación de acometer las partes más efusivas con grandilocuencias.  El animado “Allegro” dio paso al “Andante”, un movimiento irregular que comienza con un vals tranquilo para luego desplegar toda su magnitud de manera grandiosa hasta volver a replegarse en un lirismo sutil. El “Scherzo”, de carácter contrapuntístico fue interpretado con gran definición.

 

Tras la pausa sonó el esperado “Trío en Mi b mayor, Op. 100”, una obra de belleza melódica desbordante que alcanzó un gran éxito en vida de Schubert -algunos expertos apuntan que fue la única que tuvo éxito-.  El equilibrio entre los tres instrumentos es una de las características más significativas de las dos composiciones de Franz Schubert y especialmente en este famosa obra, cuyo segundo movimiento ha sido utilizado por numerosas bandas sonoras, entre ellas en el espectacular film de Stanley Kubrick “Barry Lyndon” . Según las notas al programa realizadas por la musicóloga Andrea García Alcantarilla, Schubert basó este tema en una antigua canción popular sueca titulada “Se solen sjunker” (El sol se ha puesto).

 

El virtuosismo del último movimiento ejecutado con precisión y gran sonoridad desató largos aplausos que el “Trío Wanderer” agradeció con la propina “Nocturno para trío”, compuesto por Schubert un mes antes de morir. La rigidez de las butacas del teatro Jovellanos y la falta de viandas,  impidieron que la velada en una auténtica “schubertiada”. Lo más importante estaba: música compuesta por Schubert e interpretada por grandes músicos como son el “Trío Wanderer” y un público entendido y dispuesto a disfrutar.

 

 

Diálogos infinitos en Gijón

Crítica del concierto del Trío Wanderer y los cuartetos de Schubert

Teatro Jovellanos, 20 de marzo de 2019

Por Ramón Avello

Crónica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

El Trío Wanderer ofreció un ramillete de excelentes obras de Schubert para la Filarmónica en el Teatro Jovellanos

Uno de los términos que más se asocia con Schubert y que mejor califica el espíritu de su música es la palabra alemana ‘wanderer’, que significa viajero, errante, vagabundo. En homenaje al compositor vienés, el trío francés formado en 1987 por el violinista Jean-Marc Phillips-Varjabédian, el violonchelista Raphaël Pidoux y el pianista Vincen Coq se llamó el Trío Wanderer, hoy un conjunto de referencia absoluta en la música de cámara, tanto por sus grabaciones discográficas, en las que figuran los tríos de Schubert para ‘Harmonía Mundi’, como por sus recitales. Ayer, en un concierto organizado por la Sociedad Filarmónica de Gijón en colaboración con el Aula de Cultura de EL COMERCIO y la Fundación Alvargonzález, este conjunto interpretó en el Teatro Jovellanos los dos grandes tríos de Schubert: el ‘Trío número 1 en si bemol mayor’, op. 99 y el ‘Trío número 2, en mi bemol mayor’, op. 100.

La obra de madurez de Schubert, especialmente la escrita en los dos últimos años de su corta vida -murió a los veintinueve años- es como un paisaje diverso con diferentes atmósferas y muchos personajes, pero con un fondo emocional común. Esa riqueza afectiva es la que sabido transmitir el Trío Wanderer en versiones tensas, poéticas y emotivas. La primera cualidad es el sentido del diálogo a tres, diálogos contínuos y entre tres sonoridades de igual importancia. El tiempo lo llevan con mucha fluidez, con pausas y con tendencia a retrasar, pero nunca se hace pesado, sino íntimo. En cuanto a las dinámicas, es un trío de sutilezas a veces demasiado contenidas (demasiada finura), especialmente en la primera parte, el ‘Trío en si bemol’. En la segunda parte la versión tuvo mayor relieve dinámico.

Los dos tríos son muy próximos en el tiempo y poseen similar estructura en cuatro movimientos. Schumann, uno de los primeros admiradores de estos tríos, comentó que el primero era lírico y estático, mientras que el segundo poseía mayor tensión y dramatismo. Es una apreciación relativa. Lo que sí resulta indudable es la asociación de algunos de estos movimientos, con el mundo de la canción en Schubert, especialmente con ‘El viaje de invierno’ en el segundo trío. Lo más relevante fue el segundo movimiento andante con moto del ‘Trío en mi bemol’, en el que por desgracia sonaron dos móviles, y la propina final: ‘El adaggio’ o ‘Nocturno para trío’ compuesto por Schubert un mes antes de su muerte, sin duda la propina más hermosa que hemos escuchado en mucho tiempo.

 

Conversaciones musicales en el balcón de Marizápalos

Crítica del concierto de Ibera Auri, ganadores del VII Concurso Internacional de Música Antigua de Gijón

Teatro Jovellanos, 27 de febrero de 2019

Por Ramón Avello

Crónica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

Ibera Auri ofreció ayer un aplaudido recital en el Jovellanos para la Filarmónica Gijonesa

El pasado verano, Ibera Auri obtuvo el Premio del Público y el Premio del Jurado, ex aequo con Vox Tremula, del VII Concurso Internacional de Música Antigua de Gijón. Ayer, invitado por la Sociedad Filarmónica de Gijón, este joven grupo de cantantes e instrumentistas ofreció en el Teatro Jovellanos un recital de música del renacimiento y el barroco. El concierto se encuadra dentro del ciclo de jóvenes intérpretes, copatrocinado por la Fundación Alvargonzález y la Sociedad Filarmónica, y cuenta con la colaboración del Aula de Cultura de El COMERCIO.

Tal como explicaron los intérpretes, el título del concierto, ‘El balcón de Marizápalos’, hace referencia al balcón que Felipe IV mandó construir en la Plaza Mayor de Madrid, donde se celebraban espectáculos teatrales, para su amante, la actriz María Inés Calderón, conocida también como la ‘Calderona’ y ‘Marizápalos’, hija adoptiva del dramaturgo Pedro Calderón de la Barca. La actriz solía bailar al final de sus actuaciones una danza popular denominada ‘La Marizápalos’, y de ahí le viene este apodo.

Gabriel Belkherri García del Pozo, flauta de pico y tenor, Laia Blasco López, flauta de pico y soprano, y Lidia Rodríguez Royo, flauta de pico y clave forman este trío ambivalente que es Iberia Auri. El grupo interpreta la música antigua con unos patrones historicistas muy precisos en cuanto a la contención del vibrato, afinación ligeramente más grave, búsqueda del equilibrio polifónico, pero al mismo tiempo de cierta libertad en cuanto a las transcripciones. Esto lo hemos escuchado y sentido en un programa que aúna la música popular de los siglos XVI y XVII y la cortesana. En él confluyen corrientes italianas francesas e hispanas.

A lo largo de todo el concierto hubo un tono intimista, confidencial, muy cercano con el público. La sonoridad del trío es siempre muy homogénea, sin que destaque la voz de Laia Blasco sobre sus compañeros. Su voz es muy delicada, vocaliza muy bien, parece una voz hablada, y es algo limitada en emisión y potencia. Gabriel Belkherri, muy simpático cuando se dirigió al público, hace unos contrapuntos con la flauta que parecen casi improvisados y canta con una dicción también muy buena. Un concierto donde predomina la palabra bien dicha y ese tono intimista y de conversación cercana.

 

Atípica música de cámara

Crítica del concierto de Motus Ensemble con la colaboración de David Roldán y María Díaz-Caneja  en el teatro Jovellanos, organizado por la Sociedad Filarmónica de Gijón.

Teatro Jovellanos, 6 de febrero de 2019

Por Mar Norlander

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

La Sociedad Filarmónica de Gijón, en su afán de crecer e innovar, rompe moldes con el concierto presentado en el teatro Jovellanos al ofrecer sonoridades alejadas del romanticismo o del clasicismo. El “Cuarteto para el fin del tiempo” del francés Olivier Messiaen y la “Obertura sobre temas hebreos” de Serguei Prokófiev eran las piezas seleccionadas por el atípico cuarteto “Motus Ensemble”, una formación vinculada a la Orquesta Sinfónica de Bilbao que se caracteriza por abordar un repertorio innovador con una ejecución impecable.   

Abrió el concierto la breve Obertura de Prokofiev escrita en 1919 para seis instrumentos,  y para su interpretación se contó con la colaboración de María Díaz-Caneja (violín) y David Roldán (viola), sumándose así al cuarteto “Motus Ensensble” formado por el clarinetista Carlos García Sanz, el violonchelista Javier Martínez Campos, la violinista Giulia Brinkmeier y el pianista Julián Ramos. La obra tiene una estructura convencional y fusiona sonoridades neoclásicas con música “klezmer” (música popular del pueblo judío). Presenta un buen equilibrio entre los distintos instrumentos  y fue puntillosamente bien ejecutada por todos los intérpretes. Esta obra es de gran belleza y el problema que tiene es que siempre se hace demasiado corta.

No hay duda de que Olivier Messiaen es uno de los compositores más importantes del siglo XX y muy avanzado para su tiempo. En su búsqueda de ruptura con las tradiciones musicales, compone -durante su encarcelamiento en un campo de prisioneros nazis- el “Cuarteto para el fin del tiempo”, cargado de una gran riqueza rítmica (muchos fragmentos se pueden leer a modo de palíndromo) y una búsqueda de timbres que la convierten en una obra única y pionera. La composición se inspira en el “Apocalipsis” de San Juan (Messiaen era un devoto religioso) y se divide en ocho movimientos, dos de ellos  compuestos con anterioridad para un instrumento electrónico casi extinto, llamado “Ondas Martenot”, y el resto de movimientos compuesto para los instrumentistas con los que contaba en el propio campo de prisioneros, violín, violonchelo, clarinete y él mismo al piano. Utiliza escalas simétricas y armonías tradicionales que sostienen unos perfiles melódicos no clásicos de inspiración en el folklore oriental y, en ocasiones, difíciles de digerir. También incluye trinos y gorjeos que imitan el canto de los pájaros, una de las grandes pasiones de Messiaen. Partiendo de estas premisas podemos entender que la obra es de muy difícil ejecución: hay que ser un gran instrumentista y además contar con muchos ensayos para poder llegar a empastar todas las voces. “Motus Ensemble” demostró que es una formación muy sólida interpretando esta obra de forma magistral.

Encontrar la “Obertura” de Prokofiev y, sobre todo, el “Cuarteto para el fin del tiempo” en la programación de una ciudad periférica y pequeña como Gijón no deja de ser un rara avis, Por ello el concierto del teatro Jovellanos se convirtió en un lujo para los espectadores asistentes que lo han sabido apreciar. La ovación fue prolongada.

 

 

Entre la naturaleza y la eternidad

Crítica del concierto de Motus Ensemble, con la colaboración de David Roldán  y María Díaz-Caneja.

Teatro Jovellanos, 6 de febrero de 2019

Por Ramón Avello

Crónica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

Excelente recital del Motus Ensemble, que se lleva los aplausos del JovellanosLa ‘Obertura sobre temas judíos’ de Prokofiev precedió a una gran interpretación de ‘El cuarteto para el final del tiempo’, de Messiaen.

Motus Ensemble es un grupo de cámara vinculado la Orquesta Sinfónica de Bilbao (BOS). Posee una plantilla de instrumentistas abierta, lo que permite a este conjunto abordar un repertorio poco frecuente. Ayer, dentro de la Temporada de la Sociedad Filarmónica de Gijón, Motus Ensemble, formado por el pianista Julián Ramos, el clarinetista Carlos García Sanz, el violonchelista Javier Martínez Campos y la violinista Giulia Brinkmeier, interpretó, el ‘Cuarteto para el final del tiempo’, de Olivier Messiaen, considerada la obra maestra de la música de cámara francesa del siglo XX. El cuarteto de Messiaen estuvo precedido por el sexteto ‘Obertura sobre temas judíos’, de Prokofiev, obra que contó con la colaboración de dos músicos asturianos, el violista David Roldán, y la joven violinista gijonesa María Díaz-Caneja Angulo, que también toca en la orquesta vasca.

La ‘Obertura sobre temas judíos’ es una obra de circunstancia, escrita para cuarteto de cuerdas, piano y clarinete. Esta era la plantilla de un grupo de músicos judíos de origen ruso, compañeros de Prokofiev en el Conservatorio de San Petesburgo, exiliados tras la Revolución Soviética en Nueva York. La obra se estructura sobre dos cantos tradicionales hebreos, el primero una danza, introducida por el clarinete; el segundo una melodía presentada por el violonchelo. En esta tema emocional nos hemos dado cuenta de la calidad de Martínez Campos, alma del Modus Ensemble en este concierto. Fue una versión muy atractiva, muy movida, con esa mezcla del deje popular hebreo, la ironía propia de Prokofiev y una concepción estructural muy clásica, cercana a la forma sonata.

Sobre una cita del ‘Apocalipsis’ de San Juan -«Ya no habrá tiempo, pero el día de la trompeta del séptimo ángel el misterio de Dios se consumará» – compuso Messiaen, en 1941, estando prisionero por los alemanes en un campo de concentración de Silesia, el «Cuarteto para el fin del tiempo». Pese a las tremendas circunstancias, la obra huye del expresionismo, para adentrarse en una sonoridad austera, casi inmaterial, de ritmos abiertos, una ubicuidad armónica «pantonalista, y constantes simbolismos poéticos y religiosos. Algunos pasajes, encomendados especialmente al clarinete, evocan lo que se denominó el «estilo pájaro», imitación del canto de los pájaros, en los que Messiaen percibía el eco de la presencia divina en la naturaleza. La versión ha sido muy rica en matices, dinámicas y sobre todo contrastes. Por ejemplo, movimientos polifónicos como el primero que mostraron, frente a una única melodía que cantan todos los instrumentos en diferentes octavas. Y sobre todo, el contraste entre el ritmo y un sentido de la quietud, de alargamiento de las frases para crear un efecto de eternidad. Las joyas de esta versión han sido tres: el solo de clarinete ‘Abismo de pájaros’, tercer movimiento; la ‘Alabanza a la eternidad de Jesús’, concebida como un canto mantenido del violonchelo acompañado de notas arracimadas por el piano. Finalmente, la compleja estructura del séptimo movimiento, ‘Registros de arco iris para el ángel que anuncia el final de los tiempos’.

Este concierto y esta última obra presentaban un cierto riesgo ya que, muchas veces, la música del siglo XX no es bien recibida por un público más familiarizado con el clasicismo y el romanticismo. Sin embargo, los numerosos aplausos escuchados ayer, invitan a pensar que la programación de una de las grandes obras del siglo pasado, con estos intérpretes ante la partitura, ha sido todo un acierto. El recital contó con el apoyo de la Fundación Alvargonzález, como cuenta la programación de la Sociedad Filarmóncia con el del Aula de Cultura de EL COMERCIO.

 

 

 

Claridad con Mozart y emoción con Listz

Crítica del concierto de Juan Barahona en el teatro Jovellanos, organizado por la Sociedad Filarmónica de Gijón en colaboración con la Fundación Alvargonzález.

Teatro Jovellanos, 16 de enero de 2019

Por Mar Norlander

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.
“Lo más difícil en Mozart es ser fiel a la partitura y recrear todo lo que hubiese querido decir”, comentaba el pianista Juan Barahona en la conferencia previa al concierto organizado por la Sociedad Filarmónica, en el que interpretó obras de Mozart y de Listz. Exactamente no sabemos lo que Mozart quería transmitir en sus composiciones pero sí conocemos las notas que escribió en la partitura, y esas notas fueron ejecutadas con claridad y limpieza una por una. Abrió el concierto con la “Fantasía en do menor KV 396” del compositor salzburgués, una obra enmarcada en el clasicismo que precede al romanticismo de Beethoven. La ejecución de Barahona fue muy correcta sin llegar a perder la concentración, a pesar de que algún fotógrafo presente estaba molestando más de lo habitual. Continuó con una de las sonatas más conocidas de Mozart, la “Sonata en Do mayor KV 396”, formada por tres movimientos, de los cuales destaca la interpretación enérgica del Allegretto, con mucha claridad en los arpegios y delicadeza en los tres acordes finales.

La primera parte del programa terminó con “Funerailles”, la séptima de las diez piezas que componen el ciclo de “Armonías poéticas y religiosas”  de F. Listz, escrita como tributo a tres de sus amigos que mueren en el levantamiento frente a los Habsburgo. Una pieza cargada de drama y de sufrimiento que requiere de una gran madurez en la interpretación, no sólo técnica. Barahona la tenía muy bien estudiada e interiorizada y el resultado fue magnífico teniendo en cuenta que el pianista sólo tiene treinta años.  

Ya en la segunda parte del programa la “Sonata en Re Mayor KV 311” fue casi un paseo para Barahona, dispuesto a afrontar una de las obras más difíciles para un pianista: “Aprés une Lecture du Dante, Fantasía Quasi sonata” de Listz.  Con esta obra el compositor austro-húngaro, después de muchas revisiones de la partitura alcanza el ideal de “música poética”, una concepción propia que nace en Listz después de asistir al estreno de la “Sinfonía Fantástica” de Berlioz. Esta obra está cargada de innovadores recursos pianísticos desarrollados a partir de su impresión tras ver a Paganini en un concierto. Listz revolucionó la escritura pianística dejando un legado que sólo alcanzan los pianistas más osados. Ahí estaba Barahona para hacernos partícipes de la belleza y la sonoridad de la obra. Muy destacable la interpretación de algunos pasajes con la mano izquierda logrando unos graves estruendosos. La obra atraviesa momentos de sentimentalismo tenue y otros de gran intensidad emocional, amén del virtuosismo propio de la partitura. Brillante la resolución de Barahona y una merecidísima ovación por parte del público asistente.

Como ya he anotado en alguna ocasión sobre estas líneas, quiero llamar la atención sobre la falta de entusiasmo del público gijonés al manifestar su agrado ante los conciertos de música clásica. Parece un público oriental. Por suerte Barahona es asturiano y comprende perfectamente nuestra expresividad. Sabiendo que fue del agrado de todos nos deleitó con dos propinas: una “Paráfrasis sobre un tema de Schubert”, en transcripción de Rajmáninov y la preciosa “Pavana para una infanta difunta” de Ravel. Magnífica elección y magnífico pianista al que auguramos una brillante carrera internacional.

 

 

Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para «permitir cookies» y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en «Aceptar» estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar