Una exhibición de equilibrio y naturalidad.

Cuarteto de Leipzig. 

Teatro Jovellanos, 16   de mayo de 2018.
Publicado originalmente en La Nueva España.

Por Eduardo Viñuela

Crítica del concierto de la Sociedad Filarmónica de Gijón.

De nuevo un cuarteto en la programación de la Sociedad Filarmónica de Gijón; este formato se ha prodigado en lo que va de año, y más allá de lo asequible y lucido de este tipo de agrupaciones, podemos asegurar que por Gijón están pasando formaciones de primer nivel y que se encuentran en un momento de gran forma. Hace unos meses actuaba el “Cuarteto Quiroga”, galardonado recientemente con el Premio Nacional de Música, y esta semana nos visitó el “Cuarteto Leipzig”, que celebra treinta años de éxitos por los escenarios de medio mundo.

En la música, como en muchos otros oficios, la experiencia es un grado, pero cuando además la trayectoria de unos músicos se forja en una agrupación estable encontramos conjuntos capaces de afrontar lenguajes diversos con naturalidad y con una compenetración que sólo se logra con el poso de muchos años tocando juntos. Este es el caso del “Cuarteto Leipzig”, que en su larga historia ha tocado todos los palos de la música de cámara, del barroco a la música contemporánea, y el pasado miércoles ofrecieron una muestra de su versatilidad interpretando piezas de distintos periodos, en un concierto que acabó desatando la ovación y los “bravos” entre el numeroso público que se dio cita en el teatro.

Mozart abrió el programa y sonó equilibrado, pero el “Cuarteto  nº17” no brilló. Hubo ímpetu y, por momentos, incluso descaro en los fraseos del primer violín, pero el diálogo entre los músicos no fue fluido. Quizás el inteligente juego con el tempo en el “Adagio”, retardando de forma efectiva el discurrir de la melodía, logró ese plus que precisa una obra tan clásica para enganchar al público, pero la agitación del “Allegro” final diluyó pronto el clima que se había creado.

Muy diferente fue la interpretación del “Cuarteto en La Mayor op.41/3” de Robert Schumann. El arranque delicado nos introdujo de lleno en un lenguaje romántico y en una atmósfera de expectativa que derivó de forma orgánica en un diálogo de melodías bien conducido. Los contrastes dominaron el segundo movimiento, pero los músicos evitaron excesos y controlaron el discurso en todo momento poniendo énfasis en los pasajes con peso. Lo sublime llegó en el “Adagio”, con un continuo sonoro construido de forma magistral que hizo más efectivo el “Finale”.

De las melodías bien elaboradas al triunfo de la sonoridad en el “Cuarteto americano” de Dvorak, donde los fraseos se alargan y los detalles se multiplican para adornar un discurso sin jerarquías. Los contrastes también gobernaron esta pieza: eufonía y temple en el movimiento “Lento” y carácter obsesivo en las reiteraciones y en los motivos angulares del “Molto vivace”. El enérgico “Finale” sirvió para lanzar la sonora ovación, que bien valió una propina. En un homenaje al nombre del cuarteto, el “Cuarteto Leipzig” quiso despedirse con un breve coral de Bach, que puso un contrapunto de sosiego al recital.

 

 


El Cuarteto de Leipzig enamora en Gijón

Crítica del concierto del Cuarteto de Leipzig.

Teatro Jovellanos, 24 de octubre de 2018

Por Ramón Avello

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.
En lo que va de año, se ha escuchado en la Sociedad Filarmónica de Gijón cuartetos como el Brentano, el Quiroga, flamante Premio Nacional de Música, y, ayer, el Leipzig. En 1988, los violinistas Andreas Seidel y Tilmann Büring, el viola Ivo Bauer y el violonchelista Matthias Moosdorf, entonces jóvenes primeros atriles de la Orquesta de la Gewandhaus, decidieron crear el Cuarteto de Leipzig. Treinta años después, los mismos músicos, a excepción Andreas Seidel, sustituido por Stefan Arzberger, se han consolidado como una de las cumbres interpretativas de la música de cámara. Ayer, en el Teatro Jovellanos, dentro de la temporada de la Sociedad Filarmónica de Gijón, que cuenta con el apoyo del Aula de Cultura de EL COMERCIO, el Cuarteto de Leipzig ofreció un excelente recital en el que interpretó el ‘Cuarteto N.º 17 en Si bemol mayor, K.458’, de Mozart, también conocido como ‘Cuarteto de la caza’ por el ritmo saltarín del primer movimiento, el ‘Cuarteto en la mayor, Op. 41 N.º 3’ de Schumann y el ‘Cuarteto americano’, de Dvorak.
Como ya empieza a ser habitual en los conciertos de la Filarmónica es notable la presencia de un público más joven. Ayer estaban invitados alumnos del Bachillerato Artístico de la Universidad Laboral. Su comportamiento fue impecable.

Desde la época de Mendelsshon, cuando se habla de un sonido netamente alemán nos referimos al perfecto equilibrio, a cierta rotundidad sonora, pero también a una fresca y, paradójicamente, casi espontánea expresividad. Estas cualidades definen al Cuarteto de Leipzig, a lo que habría que sumar lo que para el mundo clásico era la definición de la belleza: unidad en la variedad.

El ‘Cuarteto N.º 17 en Si bemol’, de Mozart se considera como una obra ligera y más fácil que los otros seis cuartetos que componen el ciclo dedicado por este autor a Haydn. Como dice David Roldán en sus amenas y sabias notas al programa, la facilidad de Mozart es engañosa. En la versión de Leipzig hubo momentos de tensión, como al final del primer movimiento, y de lirismo preromántico en el ‘adagio’, que hacen que esta obra bien interpretada no sea un cuarteto menor sino una pieza llena de poesía y lirismo.

El Schumann del ‘Cuarteto en La mayor’ fue un Schumann confidencial, muy expresivo y soñador. Ya en la segunda parte, el Cuarteto de Leipzig interpretó una versión soberbia, lo más destacado de un concierto que ya por sí fue excepcional, del ‘Cuarteto americano’ de Antonin Dvorak. Versión plástica, como cuando se escucha en el ‘molto vivace’ el canto de una curruca (Dvorack tenía gran afición a la ornitología). El tiempo lento recordaba a una especie de blues checo muy sugerente y esencial. El ‘finale’, lleno de vida y de fuerza. Hubo bravos y sonoros aplausos en esta versión, que bien podría ser de referencia.

Como propina, el cuarteto interpretó un recogido coral de Santo Tomás de Leipzig, contrapunto sereno a un concierto verdaderamente efervescente.

 

Un pianista en la cumbre

Crítica del concierto del pianista Juan Pérez Floristán.

Teatro Jovellanos, 3 de octubre de 2018

Por Ramón Avello

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

Juan Pérez Floristán es un pianista que además de una técnica y una destreza colosal posee como mayor atractivo ese raro ‘no sé qué’ tan personal y encantador. Cercanía comunicativa, claridad en el canto, fantasía sonora, riqueza en los matices, hondura e interiorización expresiva y un sentido extremado del color son algunas de esas cualidades que hacen de él un músico extraordinario. Primer premio del Concurso Internacional de Piano Paloma O’Shea de Santander -solamente hay, además de él, otro pianista español que obtuvo este galardón, Josep Colom- a sus veinticinco años Floristán es, sin ser personalmente nada encumbrado, un pianista en la cumbre. Ayer, en el Teatro Jovellanos, Floristán inauguró la CXI temporada de la Sociedad Filarmónica de Gijón con un recital memorable en el que interpretó la ‘Musica ricercata’ de Ligeti, la sonata ‘Appasionata’, de Beethoven y los ‘Cuadros de una exposición’, de Mussorgsky. Bastante público se acercó al concierto, con presencia de jóvenes de los conservatorios de Oviedo y Gijón. Floristán se dirigió con muchísima cordialidad al público, introdujo las obras con unas explicaciones amenas y muy claras, y se mostró siempre muy cercano y con una gran cordialidad.

La palabra ‘ricercare’ además de designar una forma musical imitativa, significa en italiano buscar. Las once breves piezas de su ‘Música ricercata’ son como pequeños microcosmos sonoros. Ligeti parte de limitaciones autoimpuestas, algunas muy severas. Por ejemplo, una misma nota repetida en la primera pieza, o tres notas en la segunda, conocida por los cinéfilos por su utilización en ‘Eyes Wide Shut’, la película de Kubrick sobre las aburridas excursiones eróticas de Tom Cruise y Nicole Kidman. Así, se va adentrando en un mundo sugerente con referencias a la música húngara, los cantos infantiles y a Bartok. Fueron versiones muy reconcentradas, pero también con cierto sentido lúdico, goce de interpretar estas obras, casi todas nuevas para el público.

Continuó el recital con la la ‘Appasionata’, de Beethoven, en una interpretación muy floristaniana. Nos referimos con este término a una versión de una sólida estructura, muy rica en matices y, sobre todo, con grandes relieves expresivos. Fue un Beethoven lleno de fantasía y muy comunicativo.

En la segunda parte, Floristán ofreció una versión fascinante de los ‘Cuadros de una exposición’, de Mussorgski. Por supuesto, la técnica y el virtuosismo estaban siempre presentes, pero más impactante fue el sentido del color, las variaciones internas de tiempo manifestadas sobre todo por las diferencias interpretativas del ‘promenade’ y también un sentido a veces dramático, como en ‘Catacumbas’. El estallido final de ‘La gran puerta de Kiev’ fue como una explosión de fuegos artificiales, llegando a intensidades fortísimas al límite de lo que un piano puede resistir. Tras los prolongados aplusos dejó como propina la ‘Tercera danza argentina’, de Ginastera. Floristán, que se ha ganado con su simpatía al público, ofreció ayer la mejor inauguración de una temporada prometedora.

Un pianista con nombre propio

Crítica del concierto de Juan Pérez Floristán (piano)

Teatro Jovellanos, 3 de octubre de 2018

Por Mar Norlander

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

En la interpretación de música clásica es muy difícil destacar porque en cada ciudad hay músicos buenos. Por lo tanto, sobrepasar los niveles más exigentes hasta poder llegar a figurar en un cartel con nombre propio sólo está al alcance de unos pocos. El pianista Juan Pérez Floristán inauguró la temporada de la Sociedad Filarmónica de Gijón en el Teatro Jovellanos interpretando tres obras de máxima dificultad y estilos dispares y demostró por qué puede actuar como solista.

Comenzó con “Música Ricercata” de Ligeti, una obra contemporánea en la que el compositor se impuso límites estrictos para explorar al máximo la capacidad compositiva, dentro del lenguaje tonal en la cultura húngara. La obra se divide en once piezas breves, comenzando por la primera con tan solo dos notas jugando con diferentes octavas, tempos e intensidades para exprimir al máximo las cualidades del sonido. En la siguiente pieza va añadiendo una nota más y así sucesivamente hasta llegar a la número once, una pieza de carácter contrapuntístico donde experimenta con toda la escala cromática. La creación es sublime por parte de Ligeti y la interpretación de Pérez Floristán magistral. Con una técnica impecable supo destacar el carácter expresivo de una partitura que tenía totalmente interiorizada. Sin duda, se merecía un gran aplauso, pero no dio lugar a ello porque Floristán decidió enlazar esta obra con la Sonata para piano nº 23 “Apassionata” de Beethoven, sin pausa. Sus tres movimientos se sucedieron sin titubeos, destacando la interpretación del segundo, un tema con variaciones en el que Pérez Floristán se sentía cómodo volando por encima de los arpegios a gran velocidad. Al finalizar la obra llegó el estruendoso  aplauso.

Tras la pausa escuchamos la interpretación de los diez “Cuadros de una exposición” de Musorgsky, una obra que musicaliza la forma en que vemos los cuadros de un museo, pasando de un cuadro a otro a través del “Promenade” (paseo) e inspirada en diez pinturas y dibujos de su amigo y pintor Viktor Hartmann. La obra es de gran dificultad por su carácter programático, representando diez “cuadros” diferentes entre sí. Por citar alguno, nada tiene que ver el primer cuadro “Gnomos”,  tétrico y misterioso, con el segundo más cantabile, “Il vechio castello”. También son bastante dispares “Tuileries”, que representa juegos de niños en un jardín o “La cabaña sobre patas de gallina” donde podemos escuchar a la malvada bruja Baga-Yaga triturar los huesos de los niños perdidos. Floristán demostró que conocía muy bien la obra y supo darle el carácter adecuado a cada cuadro. La ovación a su interpretación fue prolongada, hasta el punto de que se sintió con ganas de deleitarnos con la complicada danza número 3 de Ginastera.

Sin duda, pudimos escuchar a unos de los pianistas más brillantes del panorama español, avalado por el primer premio del Concurso Internacional de Piano de Santander “Paloma O’Shea” (2015). Merecido tiene este gran premio, entre otros, y muchos más que llegarán, porque con sólo veinticinco años demuestra una gran calidad técnica y una capacidad musical del más alto nivel.  Un gran comienzo para la nueva temporada de la Sociedad Filarmónica de Gijón.

 

Melodías para acercar mundos

Crítica del concierto «Desconcierto».

Teatro Jovellanos, 30 de mayo de 2018

Por Ramón Avello

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.
No ha sido un concierto al uso, pero tampoco, como indica su título, un mero «Desconcierto». Entre otras cosas, porque la función con la que ayer cerró la Sociedad Filarmónica de Gijón su temporada en el Teatro Jovellanos, que cuenta con el apoyo del Aula de Cultura de El Comercio y que estuvo protagonizada por la pianista Rosa Torres-Pardo, la cantaora Rocío Márquez y el poeta Luis García Montero, más que separar, lo que hacía era establecer un diálogo y buscar una unión común. Poner de acuerdo dos mundos como son el de la música culta española y el flamenco, entroncados con esa raiz de tronco verde inarrancable, y al mismo tiempo, concertar piano, voz y poesía. Sobre los vasos que comunican lo popular y lo culto, «Desconcierto» es un espectáculo poco habitual como concierto, pero que para algunos espectadores posee atractivo y frescura. Más asistentes que en los conciertos habituales lo que, de alguna manera, corrobora que la idea de buscar nuevos públicos ha funcionado con este recital.
Aunque se da una continuidad a cierta amalgama en el desarrollo del «Desconcierto-Concierto», el programa se organiza en tres bloques: «Goyescas», paráfrasis pianística y poética de la obra homónima de Enrique Granados, «Lorquiana», en el que además de interpretar las «Canciones populares antiguas», armonizadas por Federico García Lorca, se recogen páginas sobre melodías inspiradas directamente en el folklore español de Isaac Albéniz y, finalmente, «El amor brujo» de Falla.
Rosa Torres-Pardo es una pianista muy familiarizada con el repertorio español. Indudablemente, lo más aplaudido de este recital ha sido su versión de «La danza del fuego», de Falla. También en la «desestructuración» que hizo de «Almería» y el «Corpus Christi», de Albéniz, pudimos observar esa flexibilidad, fluidez y capacidad de englobar la voz y el canto.
Rocío Márquez cantó con sentimiento, lo más acertado la propina final de «Volver», el famoso tango de CArlos Gardel y Alfredo Lepera, y la saeta sobre la música del «Corpus Christi en Sevilla». Tuvo algunos desajustes con el micrófono y en algunos momentos estaba algo sobreactuada. Por ejemplo, en «La maja de Goya». Ese exceso de jipios aflamencados no casan bien con el mundo tonadillesco de Granados. Mejor en Falla y excelente en la propina.
Luis García Montero, salvo el primer poema «Sabe el mundo vivir en unas manos» recitado de corrido, introducía en los otros determinadas estrofas, lo que de alguna manera rompía cierta continuidad, como sucedió en «Huerta de San Vicente». Lo que sí nos quedará del concierto es el buen hacer de la pianista Rosa Torres-Pardo.

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