Crítica del concierto del Cuarteto de Leipzig.

Teatro Jovellanos, 24 de octubre de 2018

Por Ramón Avello

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.
En lo que va de año, se ha escuchado en la Sociedad Filarmónica de Gijón cuartetos como el Brentano, el Quiroga, flamante Premio Nacional de Música, y, ayer, el Leipzig. En 1988, los violinistas Andreas Seidel y Tilmann Büring, el viola Ivo Bauer y el violonchelista Matthias Moosdorf, entonces jóvenes primeros atriles de la Orquesta de la Gewandhaus, decidieron crear el Cuarteto de Leipzig. Treinta años después, los mismos músicos, a excepción Andreas Seidel, sustituido por Stefan Arzberger, se han consolidado como una de las cumbres interpretativas de la música de cámara. Ayer, en el Teatro Jovellanos, dentro de la temporada de la Sociedad Filarmónica de Gijón, que cuenta con el apoyo del Aula de Cultura de EL COMERCIO, el Cuarteto de Leipzig ofreció un excelente recital en el que interpretó el ‘Cuarteto N.º 17 en Si bemol mayor, K.458’, de Mozart, también conocido como ‘Cuarteto de la caza’ por el ritmo saltarín del primer movimiento, el ‘Cuarteto en la mayor, Op. 41 N.º 3’ de Schumann y el ‘Cuarteto americano’, de Dvorak.
Como ya empieza a ser habitual en los conciertos de la Filarmónica es notable la presencia de un público más joven. Ayer estaban invitados alumnos del Bachillerato Artístico de la Universidad Laboral. Su comportamiento fue impecable.

Desde la época de Mendelsshon, cuando se habla de un sonido netamente alemán nos referimos al perfecto equilibrio, a cierta rotundidad sonora, pero también a una fresca y, paradójicamente, casi espontánea expresividad. Estas cualidades definen al Cuarteto de Leipzig, a lo que habría que sumar lo que para el mundo clásico era la definición de la belleza: unidad en la variedad.

El ‘Cuarteto N.º 17 en Si bemol’, de Mozart se considera como una obra ligera y más fácil que los otros seis cuartetos que componen el ciclo dedicado por este autor a Haydn. Como dice David Roldán en sus amenas y sabias notas al programa, la facilidad de Mozart es engañosa. En la versión de Leipzig hubo momentos de tensión, como al final del primer movimiento, y de lirismo preromántico en el ‘adagio’, que hacen que esta obra bien interpretada no sea un cuarteto menor sino una pieza llena de poesía y lirismo.

El Schumann del ‘Cuarteto en La mayor’ fue un Schumann confidencial, muy expresivo y soñador. Ya en la segunda parte, el Cuarteto de Leipzig interpretó una versión soberbia, lo más destacado de un concierto que ya por sí fue excepcional, del ‘Cuarteto americano’ de Antonin Dvorak. Versión plástica, como cuando se escucha en el ‘molto vivace’ el canto de una curruca (Dvorack tenía gran afición a la ornitología). El tiempo lento recordaba a una especie de blues checo muy sugerente y esencial. El ‘finale’, lleno de vida y de fuerza. Hubo bravos y sonoros aplausos en esta versión, que bien podría ser de referencia.

Como propina, el cuarteto interpretó un recogido coral de Santo Tomás de Leipzig, contrapunto sereno a un concierto verdaderamente efervescente.

 

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