Juan Barahona deslumbra en el teatro Jovellanos

Crítica del concierto de Juan Barahona .

Teatro Jovellanos, 16 de enero de 2018

Por Ramón Avello

Crónica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

El pianista asturiano ofreció su versión de Mozart y Liszt en un concierto de la Filarmónica

El pianista asturiano Juan Barahona abrió ayer, en el Teatro Jovellanos de Gijón, el ciclo de Jóvenes Intérpretes Fundación Alvargonzález, organizado por la Sociedad Filarmónica de Gijón. La Fundación Alvargonzález concede desde hace años becas de ampliación de estudios para jóvenes músicos. Juan Barahona fue, precisamente, uno de los intérpretes que disfrutó una ayuda de esta institución.

El joven pianista ovetense ofreció un programa sobre la creación e interpretación de dos compositores muy diferentes: Mozart y Liszt. Para Barahona, la música de piano de Mozart se caracteriza por el fraseo ‘cantábile’ y por rasgos expresivos y de dinámica señalados en la partitura, que iban más allá del ‘fortepiano’ de la época de Mozart. La diferencia fundamental con Liszt, más fundamental que un virtuosismo y una técnica avasalladora, es la carga dramática y la concepción poética. Estos rasgos salieron a la luz en un programa variado, complejo, en el que se interpretó la ‘Fantasía en do menor’, K. 396, y la ‘Sonata N.º 10 en DO mayor’, K.330 de Mozart, y ‘Funerailles’, de Liszt, en la primera parte, y la ‘Sonata N.º 9 en Re mayor’, K. 311, de Mozart y la ‘Sonata Dante’, de Liszt, en la segunda. Como propina tocó ‘Paráfrasis sobre un tema de Schubert’ de Rachmaninoff y la ‘Pavana para una infanta difunta’ de Ravel.

El Mozart de Barahona es exquisitamente ‘cantábile’, con una gran claridad en los fraseos y muy interiorizados los matices. Un Mozart prerromántico y emocional. Su Listz, muy bien interpretado tanto técnicamente como en los aspectos expresivos, es fundamentalmente una lectura de honduras dramáticas, muy poética y que no se queda en un mero alarde de virtuosismo sino que va al fondo de la obra. Un Listz asombrosamente descriptivo. De lo más apludido fue la segunda propina, también tocada con transparencia y muy rica en planos sonoros. Sin duda Juan Barahona no es una promesa, sino uno de los grandes pianistas que tenemos en Asturias. Ayer lo comprobamos.

 

 

Lo mejor de la lírica asturiana

Crítica de la “Gala Lírica Asturiana”, con Beatriz Díaz (soprano) y Alejandro Roy (tenor); organizado por la Sociedad Filarmónica de Gijón.

Teatro Jovellanos, 12 de diciembre de 2018. 

 

 

Por Mar Norlander

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

Es sabido que en Asturias hay mucho talento artístico, pero de vez en cuando es necesario darle visibilidad, y de esta manera hacer “profetas en su tierra”. Es el caso del tenor Alejandro Roy y de la soprano Beatriz Díaz, recientemente nombrada “Asturiana del Mes” por LA NUEVA ESPAÑA. El Teatro Jovellanos, en colaboración con la Sociedad Filarmónica de Gijón, ha apostado por una gala en la que se unen las dos grandes figuras de la lírica y muestran su talento con una selección de arias y dúos procedentes de las mejores óperas italianas, en su mayoría veristas.

Quedó claro que Puccini es uno de los favoritos de ambos cantantes, pero también hubo alguna muestra de Verdi, Leoncavallo, Amilcare Ponchielli  y los menos habituales Francesco Cilea y Alfredo Catalani. Una gala muy complicada porque cada cantante está obligado a dar el “triple salto mortal” en cada una de sus intervenciones, no hay números de relleno y optan por enfrentarse a las partituras más exigentes. Además no hay ni orquesta ni coro sobre el que apoyarse, las voces se sostienen sólo con el acompañamiento del pianista Juan Antonio Álvarez Parejo, por lo tanto, cualquier mínimo error se aprecia. Abordar este repertorio y de esta manera indica el gran nivel que tienen los dos cantantes.

Abrieron con el difícil dúo de amor, “Gia nella notte densa”, de la ópera “Otello” (Verdi), basado en la obra de Shakespeare: todo un reto y una muestra de gran compenetración en la pareja. Brillante fue el dúo “Mario, Mario” de “Tosca”, cantado con mucha sensibilidad, en el que fluyó la química entre ambos. También, muy destacable el dúo que representa el encuentro entre “Cio-Cio San” y su marido el teniente “Pinkerton” en “Madama Butterfly” (Puccini). Más discreta fue la intervención del dúo final “O soave fanciulla”, de la ópera “La Bohème” (Puccini), muy correcta pero sin llegar a pellizcar

Breve y brillante fue el aria “Addio fiorito asil” de la ópera “Madama Butterfly” cantada por Alejandro Roy, al igual que “Ch’ella mi creda”, también de Puccini, que precisa de mucha intensidad y sensibilidad. Sus intervenciones más destacadas fueron: “Vesti la giubba” (Leoncavallo) y la propina  “E lucevan le stelle” de “Tosca”, partituras exigentes que requieren mucha madurez vocal.

En toda su plenitud está la voz de Beatriz Díaz al escoger un repertorio como el de la gala. Aunque la ópera verista  Adriana Lecouvreur (Cilea) no es muy representada, la belleza del aria “Io son l’umile ancella” hace que muchas grandes cantantes la incluyan en su repertorio solista.  Beatriz Díaz levantó las primeras ovaciones por la belleza tímbrica y el gran dominio de la técnica. Muy cómoda se sentía Díaz en el papel de “Cio-Cio San” cantando “Un bel dì vedremo”, (Puccini). Intensos aplausos desató después de “Ebben, ne andrò lontana” (Catalani), una pieza poco conocida que requiere un gran control de dinámicas. Finalizó con la propina “O mio babbino caro”, que termina con un pianissimo delicioso, mostrando así que está a la altura de las más grandes sopranos.

Sin duda, los dos asturianos mostraron todo un alarde de buena técnica vocal, potencia y sensibilidad, en una gala poco frecuente y muy necesaria para poder apreciar la calidad de los nuestros.

 

 

 

La pasión de dos voces en su plenitud

Crítica de la Gala Lírica Asturiana .

Teatro Jovellanos, 12 de diciembre de 2018

Por Ramón Avello

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

El público aplaudió un recital organizado por la Sociedad Filarmónica de Gijón con el apoyo del Aula de Cultura de EL COMERCIO Éxito de Beatriz Díaz y Alejandro Roy en el Teatro Jovellanos con un exigente repertorio verista

Hace años se hablaba de Beatriz Díaz y Alejandro Roy como jóvenes promesas asturianas del canto. Hoy no son promesas, sino realidades plenamente consolidadas, con una sólida carrera a sus espaldas y gran futuro al frente. La soprano allerana y el tenor gijonés, acompañados por el pianista Juan Antonio Parejo, protagonizaron ayer en el Teatro Jovellanos, dentro de la temporada de conciertos de la Sociedad Filarmónica de Gijón, que cuenta con el apoyo del Aula de Cultura del diario EL COMERCIO, una gala lírica muy especial y en varios sentidos, diferente.

Diferente por las exigencias vocales, con arias y dúos de amor de una gran complejidad técnica y expresiva. Diferente por el repertorio que, salvo el dúo inicial de Verdi, estuvo centrado no en páginas belcantistas y románticas, sino en la estética verista de las óperas de finales del XIX y principios del XX. Y también diferente porque este repertorio, salvo algunas óperas de Puccini, no ha sido especialmente interpretado por Roy y Díaz, entre otras cosas porque requiere voces de gran densidad y madurez vocal. Madurez que han alcanzado plenamente los protagonistas de ayer. Sin duda, para ambos cantantes, la gala lírica también fue un reto personal.

En este programa, el dúo ‘Già nella notte densa’, del ‘Otello’ de Verdi, los dúos de Puccini ‘Addio fiorito asil’ (‘Madame Buterfly’) y ‘Mario, Mario’ (‘Tosca’) y arias de Puccini, Ruggiero Leoncavallo, Francesco Cilèa, Amilcare Poncielli y Alfredo Catallani. Algunas de ellas de óperas muy conocidas, como ‘Un bel dì vedremo’, y otras que por su expresividad y belleza han sobrevivido como momentos estelares a óperas poco representadas como ‘Adriana Lecouvreur’ y ‘La Wally’. La pasión por Puccini volvió a aparecer en las dos propinas, ‘E lucevan le stelle’, de ‘Tosca’, cantada por Alejandro Roy, y ‘O mio babbino caro’, de ‘Gianni Schicchi’, con la que Beatriz Díaz cerró entre generosas ovaciones la gala de anoche en Gijón.

Del programa, muy aplaudido y de una gran carga pasional, hubo versiones memorables: el ‘Già nella notte densa’, en la que se describe el encuentro de Otello y Desdémona, cantado con exquisito gusto y una mordidez muy característica; el aria de Cilèa ‘Yo soy la humilde servidora’, que, sin ser muy conocida, constituyó por la amplitud del ligado y los matices muy delicados de la cantante una soberbia interpretación -hubo varios bravos-, y dos arias de Alejandro Roy: la comprometida ‘Vesti la giubba’, de ‘Pagliacci’, de Leoncavallo, en la que Roy acentúa la frase hasta conseguir una especie de declamación de gran expresividad, por ejemplo en las palabras ‘ride pagliacci’; y la famosa ‘E lucevan le stelle’, en la que el tenor cantó con una intensidad progresiva en el fraseo. Beatriz Díaz destacó también en ‘Ebben? Ne andrò lontana’, de ‘La Wally’ -exquisitamente lírica y con gran seguridad y homogeneidad en toda la tesitura, dándole un carácter melancólico y soñador- y en el aria de Liú ‘Tu, che di gel sei cinta’, de ‘Turandot’, muy aplaudida; además de la encantadora ‘O mio babbino caro’.

Los dos cantantes han evolucionado en densidad y presencia vocal. Especialmente en el caso de Alejandro Roy, en dinamismo y fuerza. Dos voces que se ensanchan sin perder sutilezas. Para el aficionado asturiano, la gala tuvo el valor de observar cómo dos voces que hace años tenían buenas cualidades han crecido y se han reafirmado dentro del mundo lírico. Probablemente, les veremos más adelante en papeles veristas. Ayer demostraron que lo saben hacer y muy bien. Por ahora, le veremos a él en enero, en la ‘Carmen’ de Bizet, como Don José, en la Ópera de Oviedo.

 

Un Boccherini poco lucido y descompensado

Sonatas Apócrifas

Aarón Zapico (clave) y Emilio Moreno (violín). 

Teatro Jovellanos, 7   de noviembre de 2018.
Publicado originalmente en La Nueva España.

Por Eduardo Viñuela

Crítica del concierto de la Sociedad Filarmónica de Gijón.

La propuesta era atractiva, incluso enigmática, sobre el papel: “Sonatas apócrifas de Luigi Boccherini”. No es habitual encontrar programas monográficos dedicados a un compositor tan difícil del situar en la historia de la música. A caballo entre el último barroco y el clasicismo pleno, tan español como italiano, Boccherini cuenta con una obra que ofrece multitud de matices y lenguajes que se mueven entre el estilo galante europeo y el baile popular español, siempre dentro del decoro y la serenidad de la impronta clásica, pero sin renunciar a la expresividad y a los afectos.

Antes de empezar el recital, el violinista Emilio Moreno se dirigió al público para desvelar el espíritu del concierto, enmarcándolo en la práctica tan común en el siglo XIX de adaptar las obras de conjunto a los instrumentos disponibles en cada ocasión. Así, cuartetos y quintetos sonarían con arreglos para dúo de violín y clave. Hasta aquí todo bien, pero cuando la música empezó a sonar era evidente que algo no funcionaba: el violín no lograba el peso que cabía esperar en una obra de este periodo, su sonido sonaba apagado, quizás también por el empleo de cuerdas de tripa, y los fraseos quedaban desdibujados, no resultaban convincentes frente a la seguridad y la diligencia que mostraba Aarón Zapico al clave.

Quizás la merma de efectivos no fue la más adecuada para un escenario como el teatro Jovellanos, no es lo mismo un salón de la burguesía del XIX que un teatro actual. Pero el desequilibrio entre ambos músicos era palpable en la articulación, la intención, la definición… Hubo momentos de cierto entendimiento en la sonata “La seguidilla”, con un minueto en el que Moreno puso un plus de gestualidad y logró un diálogo convincente con el clave. En el “andantino” de la “Sonata en Re Mayor”, incluso hubo complicidad para crear expectación como dúo, pero en el “allegro” final el clave casi hizo desaparecer al violín, que no parecía encontrar su sitio.

El “presto” de “La tirana española” confirmó los desatinos del violinista a la hora de enfatizar pasajes en los tiempos rápidos, y sólo en los lentos, como el “largo” de la Sonata op.2/1 en Do menor”, se atisbaba algo de compenetración. Tras algo más de una hora de concierto, el público respondió con un aplauso comedido y correcto, nada de ovaciones y ni rastro de reclamo de propinas. No es Boccherini un compositor especialmente lucido ni fácil para la estética musical actual, pero quizás con algo más de brillo, definición y fuerza en el violín la cosa habría sido diferente. Si en la adaptación tienes que suplir el material melódico de varios instrumentos y convencer en un recinto de grandes dimensiones, el planteamiento ha de ser diferente a lo que vimos el pasado miércoles en el Jovellanos. Boccherini bien vale una misa.

 

 


Boccherini, cercano e íntimo en el Jovellanos

Crítica del concierto de Aarón Zapico y Emilio Moreno.

Teatro Jovellanos, 7 de noviembre de 2018

Por Ramón Avello

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.

Más de trescientas personas se sumaron a este recital organizado por la Filarmónica de Gijón Aarón Zapico y Emilio Moreno revisan la obra del compositor en un intenso concierto

En el lenguaje habitual, la palabra ‘apócrifo’ tiene diversas acepciones. Alguna de estas significa lo «no auténtico»; otras «lo fabuloso», pero también «lo falso» y, aplicado a los libros de la Biblia, como por ejemplo en los evangelios apócrifos, se refieren a aquellos libros que siendo atribuidos a un autor no están incluidos en el canon bíblico del que forman parte las Sagradas Escrituras.
¿Qué quiere decir el título de ‘Sonatas apócrifas’ de Boccherini bajo el que se encuadró el concierto ofrecido ayer para la Sociedad Filarmónica de Gijón en el Teatro Jovellanos por el violinista Emilio Moreno y el clavecinista Aaron Zapico? Las cuatro sonatas (‘Sonata en Re mayor’; ‘Sonata en do. La Seguidilla’, ‘Sonata en Sol Mayor: la Tirana’, y ‘Sonata en do menor’) tal como se interpretó en el programa, que a su vez forman parte de un reciente CD grabado por estos intérpretes, no figuran propiamente en el catálogo de Bocherini, pero forman parte, como cualquiera de sus quintetos más cualificados, de las obras del compositor hispano italiano de finales del XVIII. En realidad son transcripciones para violín y clave, algunas hechas por los contemporáneos de Boccherini, y dos, la basada en ‘La Tirana’ y ‘La seguidilla’, por los propios intérpretes, Emilio y Aarón, imbuidos del espíritu del propio compositor. En este sentido son apócrifas, porque no están catalogadas; son apócrifas porque en su sencillez intimista y casera tienen algo de fabuloso, y aunque sean apócrifas, son auténticas porque en ellas rezuma el alma musical del compositor.
Las cuatro sonatas del programa que presenciaron unas trescientas personas en este concierto organizado con la colaboración del Aula de Cultura de EL COMERCIO nos traen, en las cuidadas versiones de Emilio Moreno, un verdadero pope de la interpretación musical del barroco y clasicismo y nuestro paisano Aarón Zapico, un Boccherini lleno de guiños casticistas y también prerromántico. Emilio Moreno presentó brevemente las obras con un esbozo de la vida de este compositor afincado en España y que impregnó su música de cierto color hispano. Las sonatas de ‘La seguidilla’ y de ‘La Tirana’ recrean ese mundo aristocrático, dieciochesco español, mientras que la ‘Sonata en re menor’ evoca más los estilos clásico y prerromántico europeo. Es muy interesante que esas dos sonatas han sido transcritas partiendo de los cuartetos originales de Boccherini por Aarón Zapico y Emilio Moreno. Otra de las obras ha sido la ‘Sonata en do menor G. 43’. Esta es la transcripción de un cuarteto de 1761 de Boccherini y que, según apuntó Moreno, podría muy bien haber sido el primer cuarteto de la historia de la música occidental.
Interpretaciones muy sutiles, muy ricas por el color y por las melodías contrapuntísticas en el clave, bien dialogadas, con un carácter cercano e íntimo. En mi opinión Emilio Moreno hubiese podido hacer que el violín tuviese un poco más de brillo o de vida ya que en la tónica general del concierto había una cierta tendencia a una sonoridad algo plana, aunque delicada. Sin duda nos quedamos con este redescubrimiento de un Boccherini diferente de la mano de estos dos artistas.

 

Una exhibición de equilibrio y naturalidad.

Cuarteto de Leipzig. 

Teatro Jovellanos, 16   de mayo de 2018.
Publicado originalmente en La Nueva España.

Por Eduardo Viñuela

Crítica del concierto de la Sociedad Filarmónica de Gijón.

De nuevo un cuarteto en la programación de la Sociedad Filarmónica de Gijón; este formato se ha prodigado en lo que va de año, y más allá de lo asequible y lucido de este tipo de agrupaciones, podemos asegurar que por Gijón están pasando formaciones de primer nivel y que se encuentran en un momento de gran forma. Hace unos meses actuaba el “Cuarteto Quiroga”, galardonado recientemente con el Premio Nacional de Música, y esta semana nos visitó el “Cuarteto Leipzig”, que celebra treinta años de éxitos por los escenarios de medio mundo.

En la música, como en muchos otros oficios, la experiencia es un grado, pero cuando además la trayectoria de unos músicos se forja en una agrupación estable encontramos conjuntos capaces de afrontar lenguajes diversos con naturalidad y con una compenetración que sólo se logra con el poso de muchos años tocando juntos. Este es el caso del “Cuarteto Leipzig”, que en su larga historia ha tocado todos los palos de la música de cámara, del barroco a la música contemporánea, y el pasado miércoles ofrecieron una muestra de su versatilidad interpretando piezas de distintos periodos, en un concierto que acabó desatando la ovación y los “bravos” entre el numeroso público que se dio cita en el teatro.

Mozart abrió el programa y sonó equilibrado, pero el “Cuarteto  nº17” no brilló. Hubo ímpetu y, por momentos, incluso descaro en los fraseos del primer violín, pero el diálogo entre los músicos no fue fluido. Quizás el inteligente juego con el tempo en el “Adagio”, retardando de forma efectiva el discurrir de la melodía, logró ese plus que precisa una obra tan clásica para enganchar al público, pero la agitación del “Allegro” final diluyó pronto el clima que se había creado.

Muy diferente fue la interpretación del “Cuarteto en La Mayor op.41/3” de Robert Schumann. El arranque delicado nos introdujo de lleno en un lenguaje romántico y en una atmósfera de expectativa que derivó de forma orgánica en un diálogo de melodías bien conducido. Los contrastes dominaron el segundo movimiento, pero los músicos evitaron excesos y controlaron el discurso en todo momento poniendo énfasis en los pasajes con peso. Lo sublime llegó en el “Adagio”, con un continuo sonoro construido de forma magistral que hizo más efectivo el “Finale”.

De las melodías bien elaboradas al triunfo de la sonoridad en el “Cuarteto americano” de Dvorak, donde los fraseos se alargan y los detalles se multiplican para adornar un discurso sin jerarquías. Los contrastes también gobernaron esta pieza: eufonía y temple en el movimiento “Lento” y carácter obsesivo en las reiteraciones y en los motivos angulares del “Molto vivace”. El enérgico “Finale” sirvió para lanzar la sonora ovación, que bien valió una propina. En un homenaje al nombre del cuarteto, el “Cuarteto Leipzig” quiso despedirse con un breve coral de Bach, que puso un contrapunto de sosiego al recital.

 

 


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