Crítica del concierto del Cuarteto de Leipzig.
Teatro Jovellanos, 24 de octubre de 2018

Por Ramón Avello
Desde la época de Mendelsshon, cuando se habla de un sonido netamente alemán nos referimos al perfecto equilibrio, a cierta rotundidad sonora, pero también a una fresca y, paradójicamente, casi espontánea expresividad. Estas cualidades definen al Cuarteto de Leipzig, a lo que habría que sumar lo que para el mundo clásico era la definición de la belleza: unidad en la variedad.
El ‘Cuarteto N.º 17 en Si bemol’, de Mozart se considera como una obra ligera y más fácil que los otros seis cuartetos que componen el ciclo dedicado por este autor a Haydn. Como dice David Roldán en sus amenas y sabias notas al programa, la facilidad de Mozart es engañosa. En la versión de Leipzig hubo momentos de tensión, como al final del primer movimiento, y de lirismo preromántico en el ‘adagio’, que hacen que esta obra bien interpretada no sea un cuarteto menor sino una pieza llena de poesía y lirismo.
El Schumann del ‘Cuarteto en La mayor’ fue un Schumann confidencial, muy expresivo y soñador. Ya en la segunda parte, el Cuarteto de Leipzig interpretó una versión soberbia, lo más destacado de un concierto que ya por sí fue excepcional, del ‘Cuarteto americano’ de Antonin Dvorak. Versión plástica, como cuando se escucha en el ‘molto vivace’ el canto de una curruca (Dvorack tenía gran afición a la ornitología). El tiempo lento recordaba a una especie de blues checo muy sugerente y esencial. El ‘finale’, lleno de vida y de fuerza. Hubo bravos y sonoros aplausos en esta versión, que bien podría ser de referencia.
Como propina, el cuarteto interpretó un recogido coral de Santo Tomás de Leipzig, contrapunto sereno a un concierto verdaderamente efervescente.