Un clarinete consagrado a la lírica
Cuarteto Valencia y Carlos Casanova (clarinete)

Por Eduardo Viñuela
Crítica del concierto de la Sociedad Filarmónica de Gijón.
Hoy en día, cuando hablamos de ópera pensamos automáticamente en grandes teatros y en imponentes producciones. Sin embargo, desde el siglo XVIII era habitual que la ópera trascendiera los muros de los auditorios y muchas arias y coros se adaptaran a todo tipo de formatos: desde el piano, tan popular en el siglo XIX, hasta las agrupaciones de todo tipo, de cuartetos a nutridas bandas de música. Sí, las melodías de muchas óperas se consolidaron en el repertorio popular alcanzando una significación inimaginable si se hubieran quedado encerradas en el espectáculo de los grandes teatros.
Con este espíritu Carlos Casanova (clarinete) y el Cuarteto Valencia trajeron a la programación de la Sociedad Filarmónica de Gijón un repertorio instrumental cargado de ópera italiana del XIX, y es que la popularidad de las óperas de Bellini o Verdi son quizás el máximo exponente de cómo este género ha cruzado todas las fronteras. Sin embargo, no todas las obras se prestan a la adaptación con la misma facilidad. El inicio fue chocante, si bien los músicos se esforzaron en dar vida al «Una voce poco fá» de «El barbero de Sevilla» de Rossini a base de agilidad y un acertado manejo de los retardos, resulta difícil emular la contundencia de la orquesta del compositor italiano con tan pocos efectivos. Así, la cadencia final resultó casi caricaturesca.
El drama de «Rigoletto» de Verdi se presta más a este formato. El clarinete se erigió en protagonista y dibujó los contrastes entre secciones preparando de forma adecuada la sucesión de melodías que abarca la fantasía sobre esta obra. El «Casta Diva» de la «Norma» de Bellini también sonó convincente, aunque no es de extrañar, porque esta aria hace mucho que tiene vida propia más allá de la ópera, desde los popurrís a la publicidad; la hemos oído de mil y una formas, y seguro que más de uno estaría tarareándola inconscientemente desde la butaca. Más cómoda fue la fantasía de «Don Giovanni» de Mozart; fraseos regulares, cierres de frase redondos y un conjunto equilibrado al que no le costó emular las maneras de una orquesta clásica.
En la segunda parte destacó el «Intermezzo» de «La fuerza del destino» de Verdi, que sonó contundente, aprovechando colorido tímbrico de las maderas en una adaptación que supo jugar con el amplio registro del conjunto. «El cazador furtivo» de Weber y «La traviata» de Verdi quizás se excedieron en el lucimiento virtuosístico del clarinetista, y es que a lo largo del concierto hubo varios momentos en los que faltó más trabajo de conjunto, tanto entre las cuerdas como en los diálogos del clarinete con el cuarteto.
Fue un concierto diferente, una de esas citas para disfrutar sin complejos de melodías bien conocidas y para visibilizar esa dimensión popular de un género tan encorsetado en la actualidad como es la ópera. Para cerrar el recital, en la misma línea y como propina, la habanera de «Carmen».