Crítica del concierto Antonio Baciero.
Teatro Jovellanos, 15 de mayo de 2019

Por Ramón Avello
Antonio Baciero es tal como toca: cercano, directo y sensible. Ayer, el pianista castellano interpretó en el Teatro Jovellanos sus versiones personales de obras de Cabezón, Bach y Schubert. Podemos decir que Baciero es en la Sociedad Filarmónica de Gijón toda una leyenda. Nadie como él representa el espíritu de aquella Sociedad, que sigue siendo nuestra, animada, entre otros, por Vizoso, De la Concha, Costales y Marín, en la que la cita con el pianista era el acontecimiento de la temporada filarmónica. Ayer, fue la decimoquinta vez que Baciero regresó a esta Sociedad, tan suya como nuestra. Con una mirada siempre renovada, volvió a poner emoción y talento a un programa complejo, hondamente trillado y sentido a lo largo de una vida musical. De Cabezón y Bach Baciero comentó que eran «los dos puentes esenciales del Barroco». De la ‘Sonata en do menor Nº 21’ de Schubert, «la cumbre del piano dramático». También comentó el pianista de su emoción por volver a tocar en Gijón y eso que el Steinway del teatro es «poco amable. Tiene una sonoridad brillante, pero una sordina pesada». Baciero, a pesar de todo, pudo con los elementos.
Parafraseando a Unamuno, la música de Antonio de Cabezón «es reposo y es olvido, toda ella se funde fuera del tiempo». Hay algo de intemporal en la polifonía de Cabezón, tocada con reposo, como si se fundiese fuera del tiempo. La ‘Suite inglesa número 3’ de Bach fue interpretada con claridad y transparencia, sonidos perlados y precisión rítmica.
En la segunda parte, un Schubert inolvidable, tenso, dramático y de una emotividad variable y comunicativa. Tras los aplausos interpretó tres propinas: ‘Nocturno’ de Chopin, una ‘Giga’ de Bach y un vals romántico. El maestro mantiene ante el teclado su fuerza y capacidad comunicativa. En este sentido, Baciero, a sus 82 años, es un joven pianista.