Crítica del concierto «Desconcierto».

Teatro Jovellanos, 30 de mayo de 2018

Por Ramón Avello

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.
No ha sido un concierto al uso, pero tampoco, como indica su título, un mero «Desconcierto». Entre otras cosas, porque la función con la que ayer cerró la Sociedad Filarmónica de Gijón su temporada en el Teatro Jovellanos, que cuenta con el apoyo del Aula de Cultura de El Comercio y que estuvo protagonizada por la pianista Rosa Torres-Pardo, la cantaora Rocío Márquez y el poeta Luis García Montero, más que separar, lo que hacía era establecer un diálogo y buscar una unión común. Poner de acuerdo dos mundos como son el de la música culta española y el flamenco, entroncados con esa raiz de tronco verde inarrancable, y al mismo tiempo, concertar piano, voz y poesía. Sobre los vasos que comunican lo popular y lo culto, «Desconcierto» es un espectáculo poco habitual como concierto, pero que para algunos espectadores posee atractivo y frescura. Más asistentes que en los conciertos habituales lo que, de alguna manera, corrobora que la idea de buscar nuevos públicos ha funcionado con este recital.
Aunque se da una continuidad a cierta amalgama en el desarrollo del «Desconcierto-Concierto», el programa se organiza en tres bloques: «Goyescas», paráfrasis pianística y poética de la obra homónima de Enrique Granados, «Lorquiana», en el que además de interpretar las «Canciones populares antiguas», armonizadas por Federico García Lorca, se recogen páginas sobre melodías inspiradas directamente en el folklore español de Isaac Albéniz y, finalmente, «El amor brujo» de Falla.
Rosa Torres-Pardo es una pianista muy familiarizada con el repertorio español. Indudablemente, lo más aplaudido de este recital ha sido su versión de «La danza del fuego», de Falla. También en la «desestructuración» que hizo de «Almería» y el «Corpus Christi», de Albéniz, pudimos observar esa flexibilidad, fluidez y capacidad de englobar la voz y el canto.
Rocío Márquez cantó con sentimiento, lo más acertado la propina final de «Volver», el famoso tango de CArlos Gardel y Alfredo Lepera, y la saeta sobre la música del «Corpus Christi en Sevilla». Tuvo algunos desajustes con el micrófono y en algunos momentos estaba algo sobreactuada. Por ejemplo, en «La maja de Goya». Ese exceso de jipios aflamencados no casan bien con el mundo tonadillesco de Granados. Mejor en Falla y excelente en la propina.
Luis García Montero, salvo el primer poema «Sabe el mundo vivir en unas manos» recitado de corrido, introducía en los otros determinadas estrofas, lo que de alguna manera rompía cierta continuidad, como sucedió en «Huerta de San Vicente». Lo que sí nos quedará del concierto es el buen hacer de la pianista Rosa Torres-Pardo.

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