Gustavo Díaz-Jerez (piano). 

Teatro Jovellanos, 8 de marzo de 2017
Publicado originalmente en La Nueva España.

Por Eduardo Viñuela

Crítica del concierto de la Sociedad Filarmónica de Gijón.

Siempre es un buen momento para escuchar la suite «Iberia» de Isaac Albéniz, pero más aún cuando suena en manos de un auténtico experto en el compositor y, en particular, en esta obra. Gustavo Díaz-Jerez lleva años trabajando esta colección de danzas, la gran obra para piano de uno de los compositores insignia del nacionalismo español. «Iberia» es la última gran composición de Albéniz, una pieza de madurez que encierra un lenguaje complejo y enrevesado tras la aparente sencillez de las melodías populares; esto la convierte en un reto que pocos pianistas pueden afrontar con los recursos y la solvencia de Díaz-Jerez, que recientemente ha grabado la obra en un DVD de alta resolución.

El pianista canario interpretó la suite el pasado miércoles en el teatro Jovellanos dentro de la programación de la Sociedad Filarmónica de Gijón. Desde la «Evocación» que abre el primer cuaderno quedó claro que la aproximación de Díaz-Jerez busca expresar toda la atmósfera impresionista que contiene la obra evitando caer en excesos y en efectismos folklóricos. Impresionismo y nacionalismo (o andalucismo) se conjugaban a la perfección con delicadeza en las progresiones armónicas y el desarrollo de los temas. El bullicio de «El puerto» quedó reflejado como contraste popular en el segundo número del cuaderno, y la famosa «La Tarara» hizo de motivo conductor en «El corpus christi en SEvilla», primero firme, como la marcha de una procesión, pero rápidamente fue mutando hasta acabar en un letargo cargado de dramatismo.

Díaz-Jerez estuvo sublime, jugando a voluntad con la suspensión tanto en las melodías como en las cadencias para ganar en expresividad. Y la expresión se impuso a la pulcritud en el cuaderno 4 que sonó a continuación: «Málaga» fue puro sentimiento, «Jerez» un largo y arduo camino de progresiones que dibujan un paisaje siempre cambiante, y la compleja «Eritaña» un alarde de energía y fuerza. La pausa sentó bien tanto a pianista como a público, porque el cuaderno 2 fue quizás el que mejor sonó en el concierto: la «Rondeña» nos introdujo de nuevo en el aire andaluz que gobierna toda la obra, «Almería» sonó espectacular, sublime en los pasajes más lentos, con matices dinámicos cargados de emoción y con un lirismo en la melodía difícil de conjugar con el enrevesado acompañamiento. Remató con el alborozo y la determinación de «Triana», donde demostró el poder expresivo de las notas bien entrecortadas.

El tercer cuaderno que cerró el concierto transcurrió por la misma senda: «El Albaicín», con su efectiva cadencia final, hizo aplaudir como un resorte a más de uno, pero no es de extrañar, porque en esta segunda parte Díaz-Jerez estuvo grandioso y su interpretación transmitía su lectura de la obra, ese equilibrio de emociones que se mantuvo en el vals de «El Polo» y en la habanera «Lavapiés». La ovación valió una propina: «El Tango en Re mayor» también de Albéniz sonó liviano, como un bálsamo para salir del complejo universo de colores, registros y lenguajes que componen «Iberia» y afrontar la vuelta a casa.

 

 


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