Dos pianistas con libertad

Penélope Aboli y Patrin García-Barredo: recital de piano solo y a cuatro manos. Organiza:Sociedad Filarmónica de Gijón. Teatro Jovellanos, viernes 21 de mayo, 2021

Mar Norlander

“Al aire libre” es el título del programa ofrecido por las pianistas Penélope Aboli y PatrínGarcía-Barredo en el penúltimo concierto de la temporada de la Sociedad Filarmónica deGijón. Un concierto atractivo y original de piano solo y a cuatro manos en el que seinterpretaron obras de los compositores Crumb, Schuman, Ligeti, Bartók y Debussy.A priori, resulta difícil encontrar una conexión entre estos compositores, ya que abarcan unaenorme creación pianística en los últimos dos siglos, sin embargo, las intérpretes buscaronun nexo a través de un recorrido por distintas concepciones de los espacios abiertos, elcosmos y la naturaleza, seleccionando piezas que identifican estos elementos.George Crumb (1927) es uno de los compositores americanos vivos más interpretados,(aunque casi nada por estas latitudes) y cuatro piezas de su obra “Makrokosmos” abrieronel recital, sumergiendo al espectador en una música poco convencional, donde PatrinGarcía-Barredo se encargaba de percutir, rasguear e introducir objetos en el arpa del pianopara alterar la sonoridad habitual del instrumento. Mientras, la sensibilidad de PenélopeAboli con las teclas quedó patente, ofreciendo un despliegue de pizzicatos, glissandos,trémolos, y otras técnicas contemporáneas de una manera elaborada y compleja,incluyendo citas a Chopin y a John Cage con su piano preparado.Directamente, sin aplausos ni interrupciones (a petición de las artistas) se pasó del universocósmico de Crumb al Romanticismo de Robert Schumann, con piezas de “Escenas delbosque” y “Retratos del Este”, ofreciendo una visión de la naturaleza bucólica a la par quehostil. Sin duda, no es fácil encontrar una conexión entre ambos compositores, sin embargo,este hecho aportó gran originalidad al concierto y apaciguó los oídos de algunos asistentesque gustan más de la música decimonónica.Difícil la interpretación de “Cinco piezas para piano a cuatro manos” de Georgy Ligeti, sinembargo, la pareja formada por las dos pianistas funcionó perfectamente, respirando consincronía, tanto en la “Marcha”, como en el “Estudio Polifónico” y, sobre todo, en las “Tresdanzas nupciales”.Ligeti fue un compositor que influyó en Crumb, pero aún más influyó Bartók y su universopequeño “Mikrokosmos”, una voluminosa obra de piezas progresivas que va desdepartituras muy sencillas hasta las técnicas más avanzadas, como es el caso del “Volumen5” que interpretó Penélope con gran profesionalidad. De Bartók también escuchamos lacuarta parte “Szabadban”, en húngaro “Al aire libre”, título que engloba el recital de Gijón yque da lugar a múltiples lecturas.Para cerrar el programa, Patrin García-Barredo demostró dominio técnico de Debussy, unode los compositores más profusos y complejos de la obra pianística. Entre “Images” y“Preludes” se lució ampliamente, cerrando a cuatro manos junto con su compañeraPenélope con “En Bateau”, la primera parte de la “Petite Suite”, donde se percibe elcontinuo movimiento melódico sobre acordes quebrados a modo de barco navegando. Sinduda, la mejor interpretación de toda la velada.

Entre estos cinco compositores hay una significativa evolución del lenguaje con identidades propias y no es fácil abordar un repertorio así en un solo concierto, sin embargo, estamos ante dos pianistas maduras y que han sabido darle sentido a unas obras difíciles y heterogéneas con libertad. El aplauso sonoro fue agradecido por las pianistas con una danza a cuatro manos de Brahms, como propina.

Piano en espacios abiertos

Penélope Áboli y Patrín García Barredo presentan en el Teatro Jovellanos “Al aire libre” un delicado recital de piano solo y a cuatro manos sobre obras de Crumb, Schumann, Ligeti, Bartok y Debussy.

Ramón Avello

“Al aire libre”, título del concierto que ayer interpretaron para la Sociedad Filarmónica de Gijón Penélope Aboli y Patrín García-Barredo, es una expresión con diferentes acepciones. Una muy concreta, es el título de una suite de Bela Bartok de la que ayer escuchamos un movimiento, “Música nocturna”. Pero en un sentido más general, “al aire libre” es una sugerencia de libertad y de espacios abiertos, y también, después de estos meses extraños de confinamiento, un deseo de viajar, salir y reencontrarse con un mundo variado y dispar. A este “aire libre” nos llevaron ayer las pianistas Penélope Aboli y Patrín García Barredo, en un concierto presentado por David Roldán y en el que se combinaron mundos y estéticas diferentes.

George Crumb, nacido en 1921, es un compositor estadounidense fascinado por los efectos sonoros y los timbres insólitos. Las huellas del atonalismo de Anton Weber, y el sentido reflexivo de Bartok se reflejan en una música abierta y libre, recogida en un título muy bartokiano: “Macrocosmos”. De esta obra escuchamos cuatro piezas, las más sugerentes, “Imágenes del sueño” en el que sobre un motivo de tres notas repetidas se superpone una cita de un nocturno de Chopin, y “El círculo mágico”, vibrante movimiento perpetuo.

Frente a las sonoridades ásperas de Ground, el contrapunto del piano romántico de Schumann con “Escenas del bosque”, para piano solo interpretado por Penélope Aboli, y las “imágenes de Oriente, improntus para piano a cuatro manos.  Versiones muy delicadas y sugerentemente poéticas en los dedos de las dos pianistas. El concierto siguió con un joven Ligeti, alejado de las vanguardias de su madurez, con sus “Cinco piezas para piano a cuatro manos”, alguna de ellas de carácter netamente folklórico. Bartok fue otro de los puntales del recital con dos obras, “Cornamusas”, en la que se sugiere la sonoridad de la gaita, y “Al aire libre”, un nocturno que dio nombre al recital. Terminó el programa con un Debussy intimista y delicado, y, fuera de programa, la versión de la “Danza húngara N.º 1”, de Brahms, escritas originalmente para piano a cuatro manos.

Homenaje al piano en texto y música

Los escritos de Gerardo Diego sirvieron para presentar obras de la primera mitad del s.XX.

Eduardo Viñuela, musicólogo.

En los últimos años, los recitales de pequeño formato han probado multitud de fórmulas para reinventarse y resultar atractivos a un amplio sector del público. Muchos de estos experimentos carecen de fundamento, algunos incluso llegan a rozar incluso el mal gusto, pero cuando se impone el rigor y los artistas implicados dan el nivel la conjunción de fuerzas resulta brillante. Lo pudimos comprobar el pasado miércoles en el concierto que la Sociedad Filarmónica de Gijón programó con el título “El universo musical de Gerardo Diego” y que contó con la maestría de Eduardo Fernández al piano y el buen hacer del actor asturiano Alberto Rodríguez en la lectura de textos.

La relación del poeta cántabro de la generación del 27 con la música es conocida y atraviesa su producción desde las críticas y los ensayos a la poesía. Le tocó vivir una época en la que piano era protagonista y, por esta razón, este instrumento y los compositores que lo utilizaron para plasmar su arte tienen un lugar especial en sus escritos.

El concierto del miércoles dedicó todo un primer bloque a Skriabin; el «Preludio para la mano izquierda» abrió el programa, y Eduardo Fernández comenzó a mostrar su capacidad expresiva con el juego de pedal y la suavidad y el tiento en la conducción de la melodía. La «Sonata para piano nº5» le ofreció la oportunidad para recrearse en los habituales contrastes entre secciones del compositor ruso; la violencia inicial es contrarrestada por un pasaje sosegado que deriva en una tormenta sonora. Todo un reto conjugar los diferentes estados de ánimo que se encuentran en una obra que no renuncia al desarrollo temático sobre una arquitectura armónica que hace guiños a la atonalidad. También destacó «Vers la flamme», por la densidad sonora que alcanza la obra y el nervio con el que Fernández supo sacar todo el brillo al martilleo de notas agudas.

El segundo bloque del concierto fue para el nacionalismo español, y comenzó con el «Albaicín» de la «Suite Iberia» de Issac Albéniz. Fernández demostró su condición de especialista en la obra del compositor catalán y desde los primeros compases nos introdujo en los aires de danza popular, dando vida a los recursos que caracterizan la obra de Albéniz. En la misma línea discurrió «Castilla», de la «Suite española nº1». «El pelele» las «Goyescas» de Granados fue un respiro de liviandad y agilidad en el recital, para encarar a continuación la «Fantasía Baetica» de Falla, sin duda uno de los grandes momentos de la tarde por la libertad expresiva y la sonoridad que inundó el teatro Jovellanos. La archiconocida «Danza ritual del fuego» cerró el programa y desató una ovación que llevaba casi dos horas conteniéndose por la sucesión de música y texto. El público supo agradecer una iniciativa original que ofreció la oportunidad de acercarse a estas obras para piano desde la mirada de uno de nuestros poetas más ilustres.

España y Rusia, en los dedos de Eduardo Fernández

El pianista madrileño y el actor Alberto Rodríguez recorren en el Teatro Jovellanos ‘El universo sonoro de Gerardo Diego’.

Ramón Avello   

“El universo musical de Gerardo Diego” es un proyecto de la Fundación Juan March estructurado en tres espectáculos. Ayer, en el Teatro Jovellanos de “esta villa vuestra y mía que aún es casi paisaje/ y no tiene dos casas de la misma estatura”, como escribió el poeta, se estrenó, el primero, dedicado a la música para piano y titulado ‘Vigencia de Scriabin, maneras de escuchar España’. Fue interpretado por el pianista Eduardo Fernández, acompañado de textos y poemas recitados por Alberto Rodríguez. Gerardo Diego fue catedrático desde 1922 a 1931 en el Instituto Jovellanos de Gijón, en donde escribió ‘Manual de espumas’ y fundó las revistas ‘Carmen’ y ‘Lola’, las primeras ventanas literarias de la Generación del 27.

Comenzó el recital por el intimista ‘Preludio para la mano izquierda’, una obra postromántica del compositor ruso. La ‘Sonata N.º 5’, en la que Scriabin «invocaba a las fuerzas misteriosas ahogadas en las profundidades del espíritu creador» es una de las primeras obras en las que rompe precisamente con esa tradición. El simbolismo del compositor se acrecienta en la ‘Sonata para piano N. º7’, denominada “La misa blanca”, concebida como una lucha entre la oscuridad y la luz. El poema pianístico “Hacia la llama”, la obra más crepitante por ese final tremolante sobre acordes batidos y trinos, fue, en mi opinión, una de las cimas interpretativas de Eduardo Fernández. Dinámica en progreso, expresividad, sentido descriptivo de la idea de ascenso y del fuego, y equilibrio sonoro fueron rasgos de la versión de un pianista bien familiarizado con las obras de Scriabin.

Con ‘El Albaicín’, de Albéniz, comenzó la parte española del concierto. Fernández tocó con sentido del color, del ritmo, pero se le percibía un poco cansado. De hecho, aunque su interpretación de esta obra fue rítmica en la introducción y soñadora y lejana en la copla, no estuvo exenta de leves errores. Después vino ‘Castilla’, de Albéniz; ‘El Pelele’, trasunto musical del famoso cuadro de Goya, y una de las piezas más famosas de Enrique Granados. Eduardo Fernández dio una lección colorista y muy descriptiva, sugiriendo con los ritmos entrecortados y los cambios de tonalidad el manteo del pelele.
El recital finalizó con el genio de Manuel de Falla. Estas dos obras finales, la ‘Fantasía bética’ y la ‘Danza de fuego’, del “Amor brujo” las tocó Gerardo Diego en 1938 para la Filarmónica de Gijón. La primera es una estilización esencial de la música andaluza, despojada de lo pintoresco para entresacar ritmos, giros melódicos del cante jondo y sonoridades arpegiadas de la guitarra. La segunda, como bien dijo el actor Alberto Rodríguez, «el canto del grillo, el canto más perfecto», un estribillo brillante a una visión de lao que Gerardo Diego denominaba el “recital concierto”.

No queremos cerrar este comentario sin elogiar la actuación de este actor de variados registros dramáticos. Recitó muy bien, leyó con claridad y convencimiento los textos y críticas de Gerardo Diego y hasta tuvo sus pequeños rasgos inconfundibles de humor. Humor dentro de un trabajo serio y redondo.

Un barroco improvisado y ensoñador

El trío “Brezza Ensemble” presentó ayer en el Teatro Jovellanos, dentro de la Temporada de Conciertos de la Sociedad Filarmónica de Gijón,  “El Arte de Preludiar”, interpretación de obras barrocas en la que se entremezcla la fantasía y el oficio artesanal.

Ramón Avello

            Brezza Ensemble es un conjunto de cámara formado por Pablo Gigosos (traverso), Marina Cabello del Castillo (viola da gamba) y Teun Braken (clave). Estos tres músicos, formados en la prestigiosa “Schola Cantorum Basiliensis”, el gran centro suizo de la Música Antigua, crearon el “Brezza Ensemble” para volver a dar vida, de manera cercana y fiel al repertorio musical barroco de flauta con clave obligado y bajo continuo. Desde que en el año 2019 actuaron en el Festival de Música Antigua de Gijón, Brezza Ensemble ha conseguido significativos galardones como el “Premio Barrocos Bizarros”, en el Festival de Música Barroca Rivera Alta, en Navarra, o el Concurso de Música Antigua de Juventudes Musicales de España (Barcelona, 2021). Ayer, en el Teatro Jovellanos, interpretaron bajo el título “El arte de preludiar” un programa compuesto por obras barrocas de Benda, Jacques Morel, Quantz, Haendel, Francois de Couperin, Leclair, Abel y Rameu, compositores franceses y alemanes de los siglos XVII y XVIII.

            Los preludios eran inicialmente composiciones de carácter improvisado que los músicos ejecutaban como preparación previa a la obra que iban a interpretar. Una especie de “calentamiento musical”, unión de fantasía, pero también de oficio. Esta doble cualidad de libertad y oficio riguroso es el punto de partida de “El Arte de Preludiar” presentado por Brezza Ensemble. En la concepción del programa, dividido en “tres jornadas”, cada obra va precedida de un preludio improvisado y libre, ideado por los músicos de Brezza Ensemble. Se puede afirmar que casi el 30% de las obras interpretadas fueron ensoñaciones creadas por los propios instrumentistas. Entre estos preludios, resultó especialmente atractivo por su factura musical el que realizó el clavecinista Teun Braken como introducción a la “Sonata para flauta en mi menor HVW 375, Halle Sonate n.º2”, de Haendel.

            La sonoridad del Brezza Ensemble transmite serenidad. Se podría hablar de un barroco tranquilo, sereno, característico de la manera de interpretar en la escuela de Basilea, de un empaste muy equilibrado y sutil, pero al que a veces le falta un mayor contraste de tiempo y de dinámica, de fuerza. Del programa, destacaron la “Sarabanda” de “Les goûts réunis”, de Francois Couperin, interpretada a dúo por la flauta y la viola da gamba, la bellísima “Sonata en trío en sol mayor, WK 118” de C.F.Abel, con el clave como protagonista y las animadas piezas de Morel –“Défense de la base de viole”– y Rameu. Fuera de programa, Brezza Ensemble interpretó “El Tambourin”, de Rameau.

            En conclusión, un concierto balsámico como una “brisa fresca”, y aplaudido generosamente por el público de la Sociedad Filarmónica de Gijón.  

La belleza de los caminos menos transitados

Ensemble 4.70 interpreta para la Sociedad Filarmónica de Gijón obras de Debussy, Martinú y Reger

Ramón Avello

La flautista Paula García Cámara, la violinista Marina Gurdzhiya, el viola David Roldán y la arpista Miriam del Río son integrantes de Ensemble 4.70, el grupo musical que ayer, en el Teatro Jovellanos, ofreció para la Sociedad Filarmónica de Gijón un concierto dedicado a la música de la primera mitad del siglo XX. Ensemble 4.70 es un conjunto abierto a varios componentes y que lleva varios años organizando y desarrollando una estimable labor de divulgación musical en Gijón, como los “Conciertos de la plaza del Marqués” o las actividades radiofónicas en Radio Kras promovidas por Enrique Valcárcel. Ayer, presentados por Pachi Poncela, con su gracia y agudeza habituales, interpretaron un programa que yo no diría inusual, pero si poco transitado, formado por la “Serenata para flauta violín y viola, op.141” de Max Reger, los “Tres madrigales para violín y viola”, del compositor checo Bohuslav Martinú y la “Sonata N.º 2, para Flauta, viola y arpa” de Debussy. Fuera de programa se interpretaron el vals de “La historia de un soldado”, de Stravinski y la “Danza” de la “Suite Popular Española”, de Manuel Moreno Buendía.

Comenzó el concierto con la “Serenata N.º2 en Sol mayor”, de Reger, obra de una claridad armónica tonal, y espíritu melódico  romántico. Versión atractiva, bien conjuntada, quizá un poco lento el “larguetto” y muy bien cantada por la flauta.

Martinú consigue en “Tres madrigales para violín y viola, H.313” algo que salvo Mozart muy pocos compositores consiguieron: crear desde el dúo una sonoridad con la riqueza dialogante y conrapuntística no solamente de dos instrumentos, sino con sugerencias de cuarteto. David Roldán y Marina Gurdzhiya nos ofrecieron una versión tensa y expresionista, en el segundo de los madrigales y con rasgos rítmicos muy marcados, en el tercero.

A Debussy le encantaba jugar con la sonoridades diversas y poco convencionales. Entre sus sonatas la “N.º 2”, para arpa, flauta y viola”, es probablemente la que mejor refleja las cualidades estilísticas del Debussy tardío, caracterizado por esa mezcla de lirismo, sensualidad y un sutil sentido cíclico, con breves células recurrentes. Me dice un socio que esta obra se interpretó en la Filarmónica en 1933, con Nicanor Zabaleta en el arpa. Seguro que la versión que escuchamos ayer, no le fue a la zaga. Concierto muy aplaudido que nos hace ver que para escuchar y descubrir buenos intérpretes no hace falta buscarlos muy lejos. En Gijón se encuentran. 

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