Los escritos de Gerardo Diego sirvieron para presentar obras de la primera mitad del s.XX.

Eduardo Viñuela, musicólogo.

En los últimos años, los recitales de pequeño formato han probado multitud de fórmulas para reinventarse y resultar atractivos a un amplio sector del público. Muchos de estos experimentos carecen de fundamento, algunos incluso llegan a rozar incluso el mal gusto, pero cuando se impone el rigor y los artistas implicados dan el nivel la conjunción de fuerzas resulta brillante. Lo pudimos comprobar el pasado miércoles en el concierto que la Sociedad Filarmónica de Gijón programó con el título “El universo musical de Gerardo Diego” y que contó con la maestría de Eduardo Fernández al piano y el buen hacer del actor asturiano Alberto Rodríguez en la lectura de textos.

La relación del poeta cántabro de la generación del 27 con la música es conocida y atraviesa su producción desde las críticas y los ensayos a la poesía. Le tocó vivir una época en la que piano era protagonista y, por esta razón, este instrumento y los compositores que lo utilizaron para plasmar su arte tienen un lugar especial en sus escritos.

El concierto del miércoles dedicó todo un primer bloque a Skriabin; el «Preludio para la mano izquierda» abrió el programa, y Eduardo Fernández comenzó a mostrar su capacidad expresiva con el juego de pedal y la suavidad y el tiento en la conducción de la melodía. La «Sonata para piano nº5» le ofreció la oportunidad para recrearse en los habituales contrastes entre secciones del compositor ruso; la violencia inicial es contrarrestada por un pasaje sosegado que deriva en una tormenta sonora. Todo un reto conjugar los diferentes estados de ánimo que se encuentran en una obra que no renuncia al desarrollo temático sobre una arquitectura armónica que hace guiños a la atonalidad. También destacó «Vers la flamme», por la densidad sonora que alcanza la obra y el nervio con el que Fernández supo sacar todo el brillo al martilleo de notas agudas.

El segundo bloque del concierto fue para el nacionalismo español, y comenzó con el «Albaicín» de la «Suite Iberia» de Issac Albéniz. Fernández demostró su condición de especialista en la obra del compositor catalán y desde los primeros compases nos introdujo en los aires de danza popular, dando vida a los recursos que caracterizan la obra de Albéniz. En la misma línea discurrió «Castilla», de la «Suite española nº1». «El pelele» las «Goyescas» de Granados fue un respiro de liviandad y agilidad en el recital, para encarar a continuación la «Fantasía Baetica» de Falla, sin duda uno de los grandes momentos de la tarde por la libertad expresiva y la sonoridad que inundó el teatro Jovellanos. La archiconocida «Danza ritual del fuego» cerró el programa y desató una ovación que llevaba casi dos horas conteniéndose por la sucesión de música y texto. El público supo agradecer una iniciativa original que ofreció la oportunidad de acercarse a estas obras para piano desde la mirada de uno de nuestros poetas más ilustres.

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