España y Rusia, en los dedos de Eduardo Fernández

El pianista madrileño y el actor Alberto Rodríguez recorren en el Teatro Jovellanos ‘El universo sonoro de Gerardo Diego’.

Ramón Avello   

“El universo musical de Gerardo Diego” es un proyecto de la Fundación Juan March estructurado en tres espectáculos. Ayer, en el Teatro Jovellanos de “esta villa vuestra y mía que aún es casi paisaje/ y no tiene dos casas de la misma estatura”, como escribió el poeta, se estrenó, el primero, dedicado a la música para piano y titulado ‘Vigencia de Scriabin, maneras de escuchar España’. Fue interpretado por el pianista Eduardo Fernández, acompañado de textos y poemas recitados por Alberto Rodríguez. Gerardo Diego fue catedrático desde 1922 a 1931 en el Instituto Jovellanos de Gijón, en donde escribió ‘Manual de espumas’ y fundó las revistas ‘Carmen’ y ‘Lola’, las primeras ventanas literarias de la Generación del 27.

Comenzó el recital por el intimista ‘Preludio para la mano izquierda’, una obra postromántica del compositor ruso. La ‘Sonata N.º 5’, en la que Scriabin «invocaba a las fuerzas misteriosas ahogadas en las profundidades del espíritu creador» es una de las primeras obras en las que rompe precisamente con esa tradición. El simbolismo del compositor se acrecienta en la ‘Sonata para piano N. º7’, denominada “La misa blanca”, concebida como una lucha entre la oscuridad y la luz. El poema pianístico “Hacia la llama”, la obra más crepitante por ese final tremolante sobre acordes batidos y trinos, fue, en mi opinión, una de las cimas interpretativas de Eduardo Fernández. Dinámica en progreso, expresividad, sentido descriptivo de la idea de ascenso y del fuego, y equilibrio sonoro fueron rasgos de la versión de un pianista bien familiarizado con las obras de Scriabin.

Con ‘El Albaicín’, de Albéniz, comenzó la parte española del concierto. Fernández tocó con sentido del color, del ritmo, pero se le percibía un poco cansado. De hecho, aunque su interpretación de esta obra fue rítmica en la introducción y soñadora y lejana en la copla, no estuvo exenta de leves errores. Después vino ‘Castilla’, de Albéniz; ‘El Pelele’, trasunto musical del famoso cuadro de Goya, y una de las piezas más famosas de Enrique Granados. Eduardo Fernández dio una lección colorista y muy descriptiva, sugiriendo con los ritmos entrecortados y los cambios de tonalidad el manteo del pelele.
El recital finalizó con el genio de Manuel de Falla. Estas dos obras finales, la ‘Fantasía bética’ y la ‘Danza de fuego’, del “Amor brujo” las tocó Gerardo Diego en 1938 para la Filarmónica de Gijón. La primera es una estilización esencial de la música andaluza, despojada de lo pintoresco para entresacar ritmos, giros melódicos del cante jondo y sonoridades arpegiadas de la guitarra. La segunda, como bien dijo el actor Alberto Rodríguez, «el canto del grillo, el canto más perfecto», un estribillo brillante a una visión de lao que Gerardo Diego denominaba el “recital concierto”.

No queremos cerrar este comentario sin elogiar la actuación de este actor de variados registros dramáticos. Recitó muy bien, leyó con claridad y convencimiento los textos y críticas de Gerardo Diego y hasta tuvo sus pequeños rasgos inconfundibles de humor. Humor dentro de un trabajo serio y redondo.

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