Cantos de amor entre el intimismo y la pasión

Cesar Arrieta y Duncan Gifford reciben los aplausos del Teatro Jovellanos en su concierto para la Sociedad Filarmónica de Gijón.

Ramón Avello

La palabra que más se repitió ayer en el recital que para la Sociedad Filarmónica de Gijón interpretaron Cesar Arrieta y Duncan Gifford es ‘Liebe’. Incluso los que no hablamos alemán, sabemos que el término significa ‘amor’, y que ‘Liebeslied’ –los alemanes, como los vascos, tienden a juntar palabras– canción de amor. El propio título del recital, ‘Ich Liebe dich’, te amo, indica el leitmotiv del recital. La variabilidad emocional del amor a través de ciclos de lieder (liederkreis) de Beethoven, Schumann y Mahler.

Cesar Arrieta es uno de los músicos venezolanos formados en ‘El Sistema’, el programa educativo musical ideado por José Antonio Abreu, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Artes en el 2008. Cesar posee una voz de tenor lírico con la que se encaminó, en sus primeras intervenciones operísticas, a papeles mozartianos y rossinianos. Y también, como hemos escuchado ayer, se adentra, con una variada gama de registros expresivos en campos como el lied o canción. Para el cantante de lied, arropado y en continuo diálogo con el piano, lo más importante es ‘decir el canto’, es decir proyectar con intimismo y emoción el sentido del texto, que en esta ocasión se iba proyectando en una pantalla tras los intérpretes gracias al trabajo de Alejandro Carantoña. Eso fue lo que hizo ayer, con la complicidad del pianista Duncan Gifford, Cesar Arrieta. Recordemos que en el lied el piano, más que un acompañante es un confidente y al mismo tiempo un ilustrador de imágenes sonoras. En este sentido, Gifford fue un creador de atmósferas poético musicales, expresando sutilmente los sentimientos y la afectividad contenidos en el texto. Además, hubo una especial adecuación estilística, con un Schumann muy romántico, un Mahler polifónico desde el piano y un Turina en el que el piano recordaba la sonoridad de la guitarra.

            ‘A la amada lejana’, el ciclo de seis canciones de Beethoven, sobre poemas de Alois Jeitteles está concebido como una unidad en la variedad. Beethoven crea un ramillete de canciones unidas tanto por el tema de la amada ausente e imposible, sino por el desarrollo de una estructura musical continua. Incluso la melodía inicial del primer canto, cierra, en un regreso cíclico, la melodía final. Una peculiaridad de la voz de Arrieta es que su tesitura, además de amplia, cuenta con un registro medio-bajo algo metálico y siempre muy sonoro y contundente, que se acerca al color de barítono. Esto lo hemos percibido en el lied ‘Amor de poeta’ (Dichterliebe), de Schumann, es un ciclo de canciones con poemas de Heinrich Heine, que se pueden seguir como una evolución de estados amorosos, desde que van desde el nacimiento y la esperanza a la desolación amorosa. La versión fue de una gran movilidad afectiva, un ejemplo es el lied 8, ‘No guardo el rencor’, en el que va pasando por todos los estados emocionales, desde la resignación hasta el grito de dolor.

Cerraron el recital los ‘Rückert Lieder’, colección de cinco canciones sobre poemas de Friedrich Rückert, de Gustav Mahler, inicialmente para piano y orquestadas posteriormente por el compositor. Una versión profunda, de una gran hondura expresiva y una potencia, sobre todo al final, con ‘A medianoche’, casi hímnica. Tras los aplausos, Arrieta, un artista muy cercano, comentó que en España también había ciclos de canciones y ofreció uno de ellos de propina: ‘Cantares de Joaquín Turina’, sobre texto de Campoamor.

Gabriel Ureña da vida al violonchelo de Beethoven

El chelista avilesino recorre la obra del genio de Bonn en el Jovellanos

Eduardo Viñuela

Musicólogo

Con las restricciones por la pandemia el “año Beethoven” se ha extendido en las programaciones de los teatros. Toca recuperar conciertos aplazados y son muchos los proyectos que vieron truncados su puesta de largo debido a la situación sanitaria. La Sociedad Filarmónica de Gijón logró celebrar en diciembre el aniversario del nacimiento del compositor alemán el mismo día de su cumpleaños con un recital a cargo de Iván Martín, pero se había quedado en el tintero la velada dedicada a su obra para violonchelo; una propuesta presentada por Gabriel Urueña, músico avilesino que el pasado viernes demostró sus buenas dotes y su gran conocimiento del lenguaje del genio de Bonn con un recorrido por diferentes etapas compositivas acompañado por Patxi Aizpiri al piano.

David Roldán volvió a salir a las tablas del Jovellanos para presentar el concierto y desvelar algunas de las claves del repertorio que iba a sonar, una labor didáctica que este violista gijonés realiza con acierto. El arranque del recital con las “7 variaciones sobre «Bei Männern, welche Liebe fühlen» de La Flauta Mágica” (1801) fue una píldora beethoveniana, una de esas obras que no abunda en las programaciones, pero que revela la forma en la que el compositor exploraba las posibilidades de este instrumento antes de su etapa de plenitud. La melodía manda en esta pieza, y Ureña y Aizpiri se encargaron de conducirla con un diálogo ordenado acorde al espíritu clásico.

Mucho más juego ofreció la “Sonata para violonchelo y piano n.º 3 en La Mayor” (1808), con un allegro inicial marcado por la contraposición de pasajes en los que Ureña pudo desplegar un buen abanico de recursos expresivos, como el peso en los ataques de frase certeramente atenuados o los ajustados juegos de eco en el desarrollo temático. La melodía del “adagio cantábile” discurrió con facilidad, bien arropada por los arpegios y acordes al piano, y derivó en un “allegro vivace” que recuperó el tono inicial. Buena interpretación de ambos músicos, que mostraron compenetración y un perfecto entendimiento para mantener el pulso de la pieza en todo momento.

Pero, sin duda, fue en la “Sonata para violonchelo y piano n.º 5 en Re Mayor” (1815) donde Ureña mostró su personalidad. El arrebato romántico de los temas le daba margen para imprimir fuerza al arco, con una determinación que era visible hasta en su gestualidad. Más violencia, pero también más libertad para crear, para conducir los desarrollos melódicos y, en definitiva, para construir el discurso. En el “adagio” los intérpretes supieron dejar respirar a la pieza, alargando los fraseos y jugando con la agógica y la dinámica para que los temas crecieran. Destacó el buen manejo del vibrato al violonchelo para evitar el desvanecimiento en la parte final de este movimiento y conducirnos al allegro final fugado con el que se cierra la obra. La ovación fue prolongada, sonora y merecida, y estuvo bien correspondida con “El cisne” de “El carnaval de los animales” de Saint-Saëns como propina.

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