Un catálogo de sonoridades a la guitarra

David Russell (guitarra). 

Teatro Jovellanos, 9  de octubre de 2019.
Publicado originalmente en La Nueva España.

Por Eduardo Viñuela

Crítica del concierto de la Sociedad Filarmónica de Gijón.

No es habitual que un guitarrista protagonice el arranque de temporada en una programación de teatro. La Sociedad Filarmónica de Gijón sigue en la línea valiente que ha emprendido hace un par de años y, a juzgar por la respuesta del público, la apuesta no ha salido nada mal. David Russell cosechó el pasado miércoles tres cuartos de entrada en el Jovellanos y la ovación cerrada de un público que terminó emocionado y rendido a su manejo de la guitarra. El recital del británico fue todo un catálogo de recursos para abordar un repertorio ecléctico que conjugó obras desde el barroco al siglo XX con un marcado aire de danza.

Fue un concierto de menos a más. El arranque fue cómodo: una «Polonesa» romántica de Coste que sirvió como tomar contacto con el público. Ahí ya pudimos observar la definición de los fraseos y el buen manejo de los retardos. Tampoco fueron aparentemente complicados los dos corales de Bach, que Russell abordó a continuación, aunque el compositor alemán siempre es exigente en la conducción de voces, que Russell solventó con matices dinámicos y progresiones acertadas jalonadas de trinos. El «perpetum mobile» barroco tampoco da tregua a la guitarra y obliga a mantener el tono durante todos los pasajes de la obra, pero lo más complicado quizás estuvo en el BWV 147, con la necesidad de destacar en el registro agudo una melodía tan conocida manteniendo el entrelazado de voces en el grave.

Un nuevo cambio de tercio nos llevó al presente, con las «Cantigas de Santiago» del compositor galés Stephen Ross. Esta obra está inspirada en el Camino de Santiago y en las estampas gallegas, y fundamentada en composiciones de Alfonso X y Martín Codax. La obra está llena de contrastes y de reminiscencias del paisaje sonoro gallego: el sonido de las campanas, la resonancia evocadora de las olas, la agitación de la fiesta popular… Todo cobró vida ante nuestros oídos con la guitarra de Russell antes de que el público estallara en una ovación que daría paso al descanso.

Lo mejor estaba por llegar, y aunque el inicio nos volvió a llevar al barroco, con la «Suite nº7» de Haendel, pronto llegarían los grandes momentos del recital. En la pieza de Haendel Russell manejó bien los contrastes de danzas y resolvió de forma convincente las peculiaridades de una obra escrita para clave. El punto de inflexión llegó con Granados; primero con la «Danza triste» y luego con la «Andaluza», en ambas predominaron los detalles, el cuidado de la agógica, la compensación de las sonoridades y los detalles del timbre, combinando pasajes más melosos con otros más agresivos ejecutados cercanos al puente. Sin embargo, el clímax vino con la música del paraguayo Agustín Barrios, que imprimió aún mayor lirismo al recital con obras como «Caazapá» o «Sueño de floresta», jalonada por los trémolos y muy aplaudida por el público. La ovación fue sonora, y valió una propina: la «Gran jota» de Tárrega, en la que Russell siguió explorando las posibilidades sonoras de su instrumento.

No es habitual que un guitarrista protagonice el arranque de temporada en una programación de teatro. La Sociedad Filarmónica de Gijón sigue en la línea valiente que ha emprendido hace un par de años y, a juzgar por la respuesta del público, la apuesta no ha salido nada mal. David Russell cosechó el pasado miércoles tres cuartos de entrada en el Jovellanos y la ovación cerrada de un público que terminó emocionado y rendido a su manejo de la guitarra. El recital del británico fue todo un catálogo de recursos para abordar un repertorio ecléctico que conjugó obras desde el barroco al siglo XX con un marcado aire de danza.

Fue un concierto de menos a más. El arranque fue cómodo: una «Polonesa» romántica de Coste que sirvió como tomar contacto con el público. Ahí ya pudimos observar la definición de los fraseos y el buen manejo de los retardos. Tampoco fueron aparentemente complicados los dos corales de Bach, que Russell abordó a continuación, aunque el compositor alemán siempre es exigente en la conducción de voces, que Russell solventó con matices dinámicos y progresiones acertadas jalonadas de trinos. El «perpetum mobile» barroco tampoco da tregua a la guitarra y obliga a mantener el tono durante todos los pasajes de la obra, pero lo más complicado quizás estuvo en el BWV 147, con la necesidad de destacar en el registro agudo una melodía tan conocida manteniendo el entrelazado de voces en el grave.

Un nuevo cambio de tercio nos llevó al presente, con las «Cantigas de Santiago» del compositor galés Stephen Ross. Esta obra está inspirada en el Camino de Santiago y en las estampas gallegas, y fundamentada en composiciones de Alfonso X y Martín Codax. La obra está llena de contrastes y de reminiscencias del paisaje sonoro gallego: el sonido de las campanas, la resonancia evocadora de las olas, la agitación de la fiesta popular… Todo cobró vida ante nuestros oídos con la guitarra de Russell antes de que el público estallara en una ovación que daría paso al descanso.

Lo mejor estaba por llegar, y aunque el inicio nos volvió a llevar al barroco, con la «Suite nº7» de Haendel, pronto llegarían los grandes momentos del recital. En la pieza de Haendel Russell manejó bien los contrastes de danzas y resolvió de forma convincente las peculiaridades de una obra escrita para clave. El punto de inflexión llegó con Granados; primero con la «Danza triste» y luego con la «Andaluza», en ambas predominaron los detalles, el cuidado de la agógica, la compensación de las sonoridades y los detalles del timbre, combinando pasajes más melosos con otros más agresivos ejecutados cercanos al puente. Sin embargo, el clímax vino con la música del paraguayo Agustín Barrios, que imprimió aún mayor lirismo al recital con obras como «Caazapá» o «Sueño de floresta», jalonada por los trémolos y muy aplaudida por el público. La ovación fue sonora, y valió una propina: la «Gran jota» de Tárrega, en la que Russell siguió explorando las posibilidades sonoras de su instrumento.

 


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