Cuarteto Quiroga. 

Teatro Jovellanos, 16   de mayo de 2018.
Publicado originalmente en La Nueva España.

Por Eduardo Viñuela

Crítica del concierto de la Sociedad Filarmónica de Gijón.

La Sociedad Filarmónica de Gijón volvió a apostar por un cuarteto de cuerda en su programación.  El formato, sin duda, gusta y está lleno de posibilidades  para abordar obras de diferentes lenguajes y periodos; sin embargo, no es habitual encontrar interpretaciones tan arriesgadas como la que protagonizó el «Cuarteto Quiroga» el pasado miércoles en el teatro Jovellanos. Dejando a un lado los clásicos del formato: Haydn, Mozart… se aventuraron con piezas que Bartók y Schubert de aire popular y una impronta expresiva a la que los miembros del conjunto supieron imprimir personalidad y carácter. El teatro Jovellanos, bastante más concurrido de lo habitual en los conciertos de la Sociedad Filarmónica, supo agradecerlo con ovaciones y «bravos».

Con vocación didáctica, Cibrán Sierra (violín) quiso presentar al cuarteto e introducir el programa, resaltando la génesis asturiana del conjunto hace ya dos décadas y su primer paso como músicos por el teatro Jovellanos. El repertorio invertía el orden cronológico y arrancaba con el «Cuarteto nº2» de Bartók, una obra compuesta durante la primera Guerra Mundial que conjuga a la perfección la faceta de etnomusicólogo y compositor del húngaro. El prolongado «Moderato» inicial comienza con un motivo de pocas notas con el que dialogan todos los instrumentos. La densidad sonora va tomando forma con una sonoridad disonante que atrapa al espectador; los temas buscan imponerse con pasajes incisivos y obstinatos en un discurso que se apaga con la misma discreción con la que empezó. Especialmente sugerente fue el «Allegro», con un arranque original en el que los efectivos retardos y los pizzicati crearon un clima ajeno a la tradición centroeuropea. El vertiginoso «Presto», cual vuelo de moscardón, precedió al «Lento» que cierra la obra. Fue una interpretación espectacular; el cuarteto mostró complicidad y compenetración, y se emplearon a fondo para lograr los matices dinámicos y de color que tiene la obra, todo con una gestualidad amplia y expresiva que, en  ocasiones, les hacía literalmente levantarse de la silla.

Con la misma actitud encararon el cuarteto «La muerte y la doncella» de Schubert, una obra de carácter narrativo. Los contrastes predominan para hacer avanzar el drama y se presentan desde los primeros compases con una violenta llamada en unísono (digna de un Beethoven) que súbitamente deriva en un pasaje suave y lírico. Un inicio puramente romántico que progresó con cuidados matices de dinámica y con especial brillo y fuerza en los ataques de las melodías más agudas. El «Andante» cambia de tono la pieza, con melodías isométricas y un ritmo constante y perpetuo que sugiere el avance, y lo más destacado fue el «Presto» final, con fraseos velocísimos e intensos que en ningún momento quedaron desdibujados.

La afluencia de público permitió que la ovación ganara forma y se prolongara hasta lograr una propina que también apostó por lo popular, pero sin irse tan lejos; fue un villancico tradicional de Mondoñedo, que discurrió en ternario, con bordones y percusión propias del folklore.  Con esto el «Cuarteto Quiroga» acabó de ganarse al público.

 

 


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