Laura Mota, piano  

Teatro Jovellanos, 22 de Febrero de 2017

Por Ramón Avello

Crítica del Concierto de la Filarmónica Gijonesa.
Laura Mota empezó a tocar el piano a los seis años en la Academia Tchaikovsky de Gijón, con la profesora Natalia Mazoum. Desde muy niña, he tenido la suerte de seguir el desarrollo artístico de una pianista dotada de una musicalidad innata, memoria y sensibilidad verdaderamente sensacional. Hoy, a sus trece años, aquella primera impresión de cuando era una niña se confirma. Sin duda es una jovencísima y firme promesa musical. Discípula de Francisco Jaime Pantín, su carrera se va enriqueciendo con diferentes galardones; la artista se va desarrollando, va madurando, pero sin perder la naturalidad y la intuición. Ayer miércoles, en el Teatro Jovellanos, Laura cerró el breve ciclo de jóvenes intérpretes, inaugurado por la violista Yiziling Liang, y que organizó la Sociedad Filarmónica de Gijón.
Programa amplio, extenso y de una complejidad tanto en la variedad estilística como en la dificultad técnica. La versión de la «Sexta Suite Francesa» de Bach, fue un encantador refinamiento y gran equilibrio contrapuntístico. Laura canta con los dedos de ambas manos, perfila los acentos con expresividad -la zarabanda- y con gracia -la giga final- en un Bach exquisitamente interiorizado. La segunda obra fue «La Appasionata», de Beethoven de la que Laura nos ofreció una lectura quizás demasiado comedida y algo velada en matices,pero de una sólida claridad. Lo más original, las variaciones del andante con moto, con una cuidada intensificación del tiempo y de la dinámica.
La segunda parte comenzó con las «Humorescas -Bagatelas», del compositor danés Carl Nielsen, colección de seis pequeñas piezas de carácter descriptivo. La versión de Laura esta inmersa del sentido del juego, patente en la variedad rítmica y en la plasticidad de esta obra. Tras Nielsen, el Liszt que preludia no solo el impresionismo, sino los arquetipos de las fuentes sonoras en música, con sus «Juegos de agua en la Villa de ESte». Juegos de agua, juegos de luces y juegos de sonoridades, en los que se combinan los arpegios fluctuantes con un canto bien perfilado y sereno. Un evocativo Debussy de «La isla feliz», Chopin -«Andante Spinato» y «Gran Polonesa»- y, como propina, el allegro del «Concierto de Granados» para cerrar el recital de esta joven promesa del piano.

 

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